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Actualizado: 16 de junio de 2025
Desde que estaba en Can Mallorquí, todos parecían pendientes de sus mandatos, admirándolo como un personaje poderoso y jovial. Margalida ruborizábase con sus palabras y guiños, pero le quería al verle tan abnegado. Recordaba sus ojos llenos de lágrimas una noche en que todos creyeron que iba a morir don Jaime. Valls había llorado al mismo tiempo que mascullaba maldiciones.
Hábil y fiel servidor, cumple bien con los mandatos de su amo, y su arte de cortesano perfecto y de negociador discretísimo, y su flexibilidad y su paciencia se revelan en todas sus acciones y singularmente resplandecen en el arte con que conlleva y sufre el poco apacible humor del rey D. Felipe y conserva y acrecienta la confianza que le ha inspirado.
Sin embargo, Juan marchaba, marchaba siempre porque le estremecía, más que la muerte, la idea de infringir los mandatos de la autoridad, y turbar, aunque fuese momentáneamente, el orden de su país. Cada noche se iban reduciendo más sus ganancias.
Siempre es indudable que la voluntad del órden intelectual, cuando está en oposicion con las afecciones sensibles, no envuelve placer, ni destruye el disgusto; triunfa es verdad, en fuerza de su libre albedrío, pero su triunfo se parece al de un dueño que obligado á recabar obediencia con prescripciones severas, experimenta disgusto, al propio tiempo que consigue la ejecucion de sus mandatos. ¿Quién sabe pues, si la voluntad, aun despues de esta vida, andará acompañada de afecciones semejantes á las que ahora siente, bien que depuradas de la parte grosera que mezcla en las mismas, el cuerpo que agrava el alma?
Siempre acatando humildemente los mandatos de mis señores y dueños; pero, salvo el respetable parecer de la señora marquesa, quisiera yo..., me atrevería yo, mejor dicho, a suplicarla que se dignara tener en cuenta que cuando a un hombre, ya encanecido, le abonan treinta y ocho años, bien largos, de incesantes, aunque modestos servicios en una sola casa como me abonan a mí, se puede disculpar..., creo que es de necesidad y de justicia, que este hombre se muestre lastimado de cualquier expresión...
Con todos aquellos preparativos y mandatos, y muy singularmente con lo raso y desamparado de la extensión que había entre el peñasco y nosotros, acabé de amilanarme. ¿No era una barbaridad asaltar a pecho descubierto la guarida de una fiera?
Celín, obediente á su madre, prométela cumplir sus mandatos; pero, al encontrarse frente á frente de su padre, se le cae la espada de las manos, y siguiendo un impulso interior, que lo domina, se precipita á los pies del mismo, á quien intentaba arrancar la vida. Reconócense después padre é hijo, y éste resuelve vivir entre los cristianos y profesar la religión de su padre.
La mimaba; todos sus deseos eran mandatos para Angelina, y sufría resignada desagrados y reprensiones, el mal humor caprichoso de los enfermos, que de nada están contentos, y que se impacientan sin motivo. Esta niña me conversaba tía Pepa es un ángel; creo que por eso le pusieron Angelina.
Y como si fuese su dueño, la apremiaba con mandatos, unas veces suplicantes, otras imperativos: «Ven... ven». Hablaba de la hermosura de su «cabina» en el mismo piso de los camarotes de lujo, de su techo alto, de la amplitud de su espacio, con profunda cama y anchuroso diván. Pretendía deslumbrar con estas comodidades del tugurio flotante a la pobre amiga, que iba instalada en las cámaras más profundas y obscuras, cerca de la línea de flotación. «Ven... ven.» Podrían hablarse allí sin temor de ser sorprendidos; cruzar sus besos tranquilamente.
Don Braulio no quería, además, contener a su mujer con sermones, ni con severidad, ni con mandatos. Quería sólo de ella amor por amor. Su plan estaba trazado. No podía ni debía oponerse a que Beatriz tratase a Rosita ni a que estrechase lazos de amistad con ella.
Palabra del Dia
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