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Sabía, , y esto no podía dudarlo, que en 1851 había sacado de pila a una niña, hija de Tomás Rufete. A los seis meses no cabales, Relimpio y Rufete riñeron por cuestión de una pequeña herencia y estuvieron siete años sin hablarse ni tener trato ni comunicación alguna. Hechas las paces al cabo de tan largo tiempo, ambas familias volvieron a entrar en relaciones.

Vino Adriana, y Camucha nos hizo bajar a Julio y a ; se miraron con curiosidad, ella y él; pude notar en los dos, el deseo de hablarse, de tratarse íntimamente". "4 de junio. "Hoy he pasado dos horas con Adriana, conversando sin interrupción, de mil asuntos y de Julio. ¡Con qué naturalidad hablé de Julio! Ella ni nadie hubiera podido sospechar que se trataba de mi pasión.

Fue un movimiento del que se arrepintió a los pocos instantes, cuando sus palabras ya no tenían remedio. Siga usted su buena suerte, Maltrana. Y como puede traerle perjuicios y disgustos el ser amigo mío, que cada cual eche por distinto lado... y como si no nos conociésemos. Habían pasado sin hablarse la tarde y la noche del día anterior.

No podían hablarse sin reticencias y se veían obligados á reflexionar, antes de emprender una conversación, á fin de asegurarse de que no había de descarrilar del asunto principal, en desenvolvimientos peligrosos. Ocupados incesantemente en dominarse, afectaban una tranquilidad que estaba muy lejos de sus espíritus.

Salieron bien de madrugada una mañana en la disposición que otras veces y caminaron por la empolvada carretera sin hablarse, entregados a las profundas reflexiones que les sugería siempre el gran libro de la Naturaleza, que hoja por hoja se proponían leer hasta el fin. El sol nadaba en un cielo azul y límpido; el cielo de Madrid.

Comenzó a hablarse de matrimonio; mediaron cartas entre don Melchor y su sobrino; después visitas entre aquél y don Rosendo. Finalmente todo quedó arreglado, conviniéndose que a la primavera regresaría Gonzalo, y se efectuaría el casamiento. Salían ya del teatro los que habían quedado.

El acero de Madrid. Belisa, hija ya crecida del viejo Prudencio, se enamora en misa del joven Lisardo, aunque su amor recíproco sólo se exprese con tiernas miradas. Un día, al salir de la iglesia, deja ella caer un billete, con objeto de participarle un proyecto para verse y hablarse con más frecuencia.

Los dos eran Igualmente susceptibles y quisquillosos. A veces se pasaban seis u ocho días sin hablarse.

Pero, ¿qué culpa tenían Susana y él si hubo o dejó de haber en la malhadada testamentaría del abuelo? ¡Renunciar a Susana! nunca, aunque en ello se empeñaran el cielo y la tierra juntos. Se amaban hacía tiempo, de lejos, porque las chicas no iban a bailes y no había medio de hablarse, y se decían muchas cosas con los ojos cuando se veían, que las cartitas traducían luego en períodos almibarados.

Se humilló, se anonadó, se redujo bajo el remordimiento, pidiendo perdón sin cesar, por algo odioso, por algo enorme, aborrecible, que sentía ahora por primera vez, en todo su peso, en todo su horror, sobre su propia conciencia. Aixa y el morisco, asidos fuertemente, sin hablarse, no apartaban los ojos del mancebo. La ciudad prolongaba el lloro y el canto de sus bronces en el piadoso anochecer.