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Después de larga pausa, contestó al cabo el Padre Ambrosio: Sean cuales sean los medios que he empleado, ora se consideren realidad, ora vano prestigio, no debes dudar de la bondad de mis intenciones. Yo he querido sanarte a toda costa del peor de los males. Recuérdalo bien, de un orgullo satánico despechado que te hacía aborrecible hasta la misma bienaventuranza del cielo.

En fin, Araceli, ¿en qué viene a parar toda esa música? dijo con tono y modales que me recordaban el día de la borrachera en casa de Poenco. Esto viene a parar repuse con vehemencia en que usted se me ha hecho profundamente aborrecible, en que me mortifica verle a usted delante de , en que le odio a usted, lord Gray, y no necesito decir más. Yo sentía inusitado fuego circulando por mis venas.

Con todas estas consideraciones procuro hacer aborrecible el amor de esta mujer; pongo en este amor mucho de infernal y de horriblemente ominoso; pero como si tuviese yo dos almas, dos entendimientos, dos voluntades y dos imaginaciones, pronto surge dentro de la idea contraria; pronto me niego lo que acabo de afirmar, y procuro conciliar locamente los dos amores. ¿Por qué no huir de ella y seguir amándola sin dejar de consagrarme fervorosamente al servicio de Dios?

Y , ¡oh estremo del valor que puede desearse, término de la humana gentileza, único remedio deste afligido corazón que te adora!, ya que el maligno encantador me persigue, y ha puesto nubes y cataratas en mis ojos, y para sólo ellos y no para otros ha mudado y transformado tu sin igual hermosura y rostro en el de una labradora pobre, si ya también el mío no le ha cambiado en el de algún vestiglo, para hacerle aborrecible a tus ojos, no dejes de mirarme blanda y amorosamente, echando de ver en esta sumisión y arrodillamiento que a tu contrahecha hermosura hago, la humildad con que mi alma te adora.

¿A que te sangran a ti todavía las cicatrices? le dijo Sagrario, encarándose valientemente con ella. ¡Si no me río por eso, extremosa! Pues ¿por qué te ríes, prudente? Porque, en tu afán de abrir los ojos a ésta, vas a concluir por hacerle aborrecible aquello mismo que tratamos de hacerle amable... y que tanto nos gusta a nosotras. ¡Bah!..., ese no es caso de risa. ¿Lo dudas? Es que no lo creo.

Según él mismo dio a entender, era persona notable y acaudalada, hombre de gran mérito, que todo se lo debía a mismo, pues abandonado de sus nobles padres y desheredado por sus nobilísimos abuelosmiserias y bribonadas del mundo y de la ley!), había tenido que crearse una posición con su ingenio y su trabajo. Motivos diferentes halló Isidora en su nuevo amigo para sentir hacia él simpatía y antipatía, en porciones casi iguales, porque si bien aquello de ser hijo natural y abandonado, víctima del egoísmo de sus padres, le hacía sobremanera interesante, en cambio sus modales y su lenguaje eran de lo más soez y chabacano que imaginarse podría. Su figura hermosa, juvenil y hasta cierto punto elegante, que recordaba la de Joaquín Pez, perdía todas sus ventajas con lo que del alma salía a los labios de tan singular criatura, en esa florescencia del ser que se llama conversación. Por momentos Isidora le encontraba agradable, por momentos aborrecible.

Celebro que al fin concuerden sus ideas con las mías, milord dije creyendo haber encontrado la mejor coyuntura para chocar con aquel hombre que me era, sin poderlo remediar, tan aborrecible . Es cierto que los ingleses son comerciantes, egoístas, interesados, prosaicos; pero ¿es natural que esto lo diga exagerándolo hasta lo sumo un hombre que ha nacido de mujer inglesa y en tierra inglesa?

Me pone usted en un apuro con que vengan ya a buscarme la berlina de mamá y Narcisito en la berlina. Si fuera el landó, si fuera al menos el clarence, no habría dificultad. Pero en la berlina que es muy estrecha... ¿quiere usted decirme, diantre de general y aborrecible padrastro, dónde voy a colocar yo a doña Rita, que pesa doce arrobas y parece una urca holandesa?

Porque puede usted creerme, y se lo juraría si fuese lícito jurar: bien sabe Dios que la tal mujer hasta me es aborrecible, y que no le habré mirado a la cara media docena de veces desde que estoy en los Pazos. No, pues a la cara se le puede mirar, que la tiene como una rosa.... Ea, sosiéguese: a se me figura que nadie piensa mal de usted con Sabel.

Sólo se concertó el mayor sigilo y circunspección en todo y disimular en lo posible la íntima amistad que entre el fraile y el Comendador había, á fin de no hacer sospechoso y aborrecible al fraile á los ojos de Doña Blanca.