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Las Cortes harán eso y mucho más. ¡Oh, Sr. Araceli, yo estoy muy alegre! ¿Por qué? No por qué. Siento deseos de reír a carcajadas. Siempre que salgo de casa, y voy a alguna parte donde puedo estar con alguna libertad, me parece que el alma quiere salírseme del cuerpo y volar bailando y saltando por el mundo; me embriaga la atmósfera y la luz me embelesa.

¿Los amigos? Son amigas. Dos muchachas. ¿Las que dan quehacer a la señora Alacrana? Araceli dijo con inquietud ¿usted oyó el coloquio que conmigo tuvo aquella mujer?... Es una indiscreción. Los buenos amigos cierran los oídos al susurro de lo que no les importa. Yo estaba tan cerca, y la señora Alacrana se cuidaba tan poco de la presencia de un extraño, que no pude cerrar los oídos.

Arrojando la espada, mi primer impulso fue correr hacia el herido y auxiliarle; pero Figueroa lleno de turbación, me dijo: Esto es hecho... Araceli, huye... no pierdas tiempo. El gobernador... la embajada... Wellesley. Comprendiendo lo arriesgado de mi situación, corrí hacia la muralla.

¿No merezco ya ni dos minutos de atención? afirmó con amargura el noble lord . ¿Ya no se me concede ni el favor de una palabra?... Está bien, no me quejo. Ahora parece indudable que parte dijo Amaranta. Señora, adiós exclamó lord Gray con emoción profunda, verdadera o fingida . Araceli, adiós; Inés, amigos míos, procuren olvidar a este miserable.

¡Qué miedo, qué pavor! ¡La santa Virgen de Araceli, la de Fuensanta, la del Pilar y la del Tremedal todas juntas nos favorezcan! Las piernas me tiemblan, Gabriel, y si mi señor y discípulo no parece, yo no me atrevo a decírselo a la señora. Ya parecerá; yo le vi poco antes de concluir la batalla. Andará por cualquier lado.

Un cuarto de hora después tropezaba en la muralla, frente al Carmen, con lord Gray, el cual, deteniendo la velocidad de su paso, me habló así: ¡Oh, Sr. de Araceli... gracias a Dios que viene alguien a hacerme compañía!... He dado siete vueltas a Cádiz corriendo todo lo largo de la muralla... ¡Aburrimiento y desesperación!... Mi destino es dar vueltas... dar vueltas a la noria. ¿Está usted triste?

Pero he aquí que su esposa, no poco confusa porque le conocía bien, vino a anunciarle que faltaban mil doscientas pesetas para pagar las flores de la quinta del Pilar, y su hija Araceli, menos confusa pero también un poco asustada, le manifestó que aún restaba por abonar al joyero una pequeña cantidad.

Araceli me dijo con mucha sequedad es usted impertinente. ¿Acaso es usted hermano, esposo o cortejo de la persona ofendida? Lo mismo que si lo fuera repuse, obligándole a detenerse en su marcha febril. ¿Qué sentimiento le impulsa a usted a meterse en lo que no le importa? Quijotismo, puro quijotismo.

Yo no creí prudente intentarlo; pero fui hacia allá, codeando a diestro y siniestro, cuando al llegar junto al teatro, ante cuyas puertas se agolpaban masas de gente y no pocos coches, sentí que vivamente me llamaban, diciendo: Gabriel, Araceli, Gabriel, señor D. Gabriel, Sr. de Araceli. Miré a todos lados, y entre el gentío vi dos abanicos que me hacían señas y dos caras que me sonreían.

Asombrado de esto, pensé retirarme para buscar fuera; pero Presentación, arrobada y suspensa con la gravedad del Congreso y el hablar de los diputados, me dijo deteniéndome: D. Paco las buscará. Yo he venido aquí para ver esto, Sr. de Araceli. Acompáñeme usted un momento. Mi hermana e Inés pueden parecer cuando quieran. ¿Quién les mandó separarse?