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Actualizado: 11 de junio de 2025
A ver, Gonzalito, déjeme usted ese sitio; quiero estar al lado de Araceli. El pintor se mordió los labios de coraje. Cuando pocos minutos después llegaron al Escorial estaban allí esperándolos Reynoso y casi todos los invitados que habían asistido a la fiesta.
Ruidosos aplausos de abajo, y aplausos, patadas y gritos de arriba, ahogaron las últimas palabras del orador. Presentación me miró, y sus mejillas estaban inundadas de lágrimas. ¡Oh, Sr. de Araceli! me dijo . Ese hombre me ha hecho llorar. ¡Qué hermoso es lo que ha dicho! Señora doña Presentacioncita, ¿no repara usted que ni su hermana, ni Inés, ni lord Gray parecen por ningún lado? Ya parecerán.
Y en cada una de estas escapatorias se espaciaba más de la cuenta, y Araceli no podía reprimir su impaciencia y daba con el piececito en el suelo y clavaba miradas iracundas en los interlocutores, y al fin se veía necesitada a acercarse ella también y, como los toreros, echarle de nuevo el capote y sacarle del sitio con una larga que no siempre daba resultados.
Si no fuese por ella, ¿habría romerías tan alegres como la de la Virgen de Araceli y la de la Virgen de la Sierra de Cabra? ¿Habría Niño Jesús que vestir? ¿Habría procesión que ver? ¿Habría paso de Abraham, Descendimiento, judíos y romanos, apóstoles y profetas, encolchados, ensabanados y jumeones, hermanos de cruz, y demás figuras que salen por las calles, en la Semana Santa?
El jefe de la familia es la señora marquesa de Leiva, y a estas horas ha tomado todas las providencias necesarias para que todo vuelva a su lugar. Nada me corresponde hacer. ¡La señora condesa está tan arrepentida de aquellas palabras! Que Dios la perdone... Mi responsabilidad está a cubierto... ¿Pero a qué estos artificios, Sr. de Araceli? ¿Cree usted que no le comprendo?
No tendría nada de extraño que esto fuese una disculpa y que el motivo real estuviera en su invencible temor al contagio, porque nunca le habían satisfecho las aptitudes antisépticas de los señores de Reynoso. Las aspiraciones heráldicas de Araceli hallaron inmediatamente digno objetivo en la persona del joven marqués.
No tenemos gobierno, no tenemos generales; las Cortes entregarán maniatado el reino al pícaro francés... Sr. de Araceli, ¿va usted al Condado? No señor; guarneceré a Matagorda en todo el mes que viene... Pero yo también me retiro, porque la señora doña María no ve con buenos ojos que entre en su casa.
Sr. de Araceli me dijo doña María la juventud es así. Comprendo los celillos de mi hijo. Verdaderamente Inés se alarga demasiado con lord Gray. Aunque le supongo a usted poco aficionado a perder el tiempo conversando con muchachas frívolas, hágame el favor de departir un rato con mi futura nuera. Doña María miró a Inés con enojo, y dirigiéndose luego a lord Gray, le llamó con afectuosa súplica.
La verdad, Sr. de Araceli, si hubiese sabido... Aprecio sus buenas prendas de militar y de caballero; pero... Presentación, retírate. ¿No te da vergüenza oír estas cosas?... Pues, como decía, deseo aclarar el punto oscurísimo del encuentro de usted en la calle con mi hija. Aún creo que hay tribunales en España, ¿no es verdad, Sr. D. Tadeo Calomarde?
Gray prometió al calesero refrescarle en casa de Poenco, y al oír esto ¡parecía mentira!, el lamparín avivó el paso. Pronto llegaremos dijo el inglés . No sé por qué el hombre no ha inventado algo para correr tanto como el viento. En Cádiz le aguarda a usted una muchacha bonita. No una, muchas tal vez. Una sola. Las demás no valen nada, señor de Araceli... Su alma es grande como el mar.
Palabra del Dia
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