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Actualizado: 11 de junio de 2025


Don Ramón consintió al fin en doblar la cantidad, pero a condición de que tal excedente se dedujese en su día de los gananciales atribuidos a su esposa en el caso de que falleciese antes que él. Corrían ya los días precedentes de la boda. Se habían cambiado los regalos y Araceli había recibido de la sociedad elegante y de la que no lo era un bazar completo de bisutería.

En cuanto satisficiese, uniéndose a Araceli, los vivos anhelos de su corazón engordaría hasta ponerse como una bola. Esta era la profecía que había encontrado más eco en la familia de Escudero y de todos sus allegados.

Su esposo, sin intentarla siquiera, se dirigió al pequeño gabinete de toillette que estaba contiguo al comedor y de buen o mal grado llevó a cabo la operación higiénica. En aquel instante llegaba su hija Araceli. Era ésta una joven de veinte años de tipo distinguido, o lo que es igual, un manojito de huesos con ojos interesantes.

Me chupo los dedos, amigo Araceli, con la noticia. Allá voy de cabeza. Mi señora madre duerme como una piedra, y no advierte mis escapatorias. Pero lo advertirán las hermanitas. Ellas lo saben, y me impulsan a salir para que les cuente lo que ocurre por ahí durante la noche. También voy al teatro.

¿Pero no vio usted hacia qué parte fueron con lord Gray? No repuso sin poder apartar su atención de lo que estaba viendo . ¿Sabe usted, Sr. de Araceli, que esto es muy bonito? Me gusta tanto como los toros.

Con estos juegos iba, sin pensarlo, adiestrándome en un arte en el cual poco antes carecía de habilidad consumada, y aquella tarde tuve la suerte de probar la sabiduría de mi maestro dándole una estocada a fondo con tan buen empuje y limpieza, que a no tener botón el estoque, hubiéralo atravesado de parte a parte. ¡Oh, amigo Araceli! exclamó lord Gray con asombro . Usted adelanta mucho.

Sr. de Araceli, buenas noches... Y usted, niña, ¿qué hace aquí? ¡Ah!, ya... Mi casa sirve de refugio a los amantes... Son ustedes más afortunados que yo... ¡Condenación eterna para las niñas mojigatas!... Un hombre como yo... No debí acceder... ¡Por San Jorge y San Patricio!... Lord Gray dije hemos venido a esta casa con móvil muy distinto del que usted supone.

Señora, aseguro a usted que partiré de madrugada. Me ha detenido tan sólo la broma que pensamos dar a Congosto... Sea testigo Araceli de lo que digo. La condesa sin aguardar más, abrió la mampara, y las dos muchachas aparecieron ante nosotros. Asunción no podía ocultar la angustia que la dominaba y quiso retirarse.

La hermandad de la porra no es tan antigua como el mundo, no; pero entradilla en años es. Busquemos, busquemos a ese infeliz me decía mi linda pareja . De modo que tengo que ir sola a casa... ¿Y qué voy a decir?... Y mi hermana e Inés ¿dónde están?... ¡Oh, señor de Araceli, más vale que se abra la tierra y me trague!

Una duquesa, tres condesas, una marquesa y dos vizcondesas; además las de Domínguez y las de Mínguez, emparentadas con lo más elevado e inaccesible de la aristocracia española. Araceli estaba en sus glorias. Empezaba a perdonar a Elena su obscura estirpe en gracia de los muchos títulos que ya acudían a sus martes.

Palabra del Dia

rigoleto

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