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Actualizado: 11 de junio de 2025
Pronto se unirá Castaños a Wellington. Señora doña Flora de Cisniega, tenga usted felices días. Felices, señores guacamayos. Lord Gray, felices, y usted, Sr. de Araceli, téngalos muy buenos, aunque no sea sino por lo caro que se vende. Al mismo tiempo que doña Flora, se presentó ante mí lord Gray. Hablome la dama con cierto sonsonete reprensivo que me hizo mucha gracia.
Mi mamá nos ha visto dijo . Sr. de Araceli. Escápese usted, sálvese usted, pues todavía es tiempo. Subamos, y diciendo la verdad nos salvaremos los dos. En el corredor Presentación cayó de rodillas ante su madre que al encuentro nos salía, y exclamó con ahogada voz: Señora madre ¡perdón!, yo no he hecho nada. ¡Qué horas son estas de venir a casa!... ¿Y D. Paco, y las otras dos niñas?...
Así que volvió diciendo con cara compungida: Dile que no puede ser... Lo siento mucho... pero no puede ser. ¡Pero, papá! exclamó Araceli. No puede ser, hija... no puede ser... repuso con impaciencia.
Tan sereno que no me cambiaría por el emperador Napoleón repuso el Conde . Yo sé que no puede pasarme nada, porque llevo el escapulario de la Virgen de Araceli que me dieron mis hermanitas, con lo cual dicho se está que me puedo poner delante de un cañón. ¿Y usted, Sr. de Santorcaz, tiene miedo?
Por lo demás, como Doña Antonia no tenía voluntad ni opinión, y de todo se le importaba lo mismo, francamente no era gran prueba de sumisión y deferencia en Lucía el no discutir nunca con su madre, salvo sobre el capuchino, y alguna que otra vez, aunque raras, acerca de la Virgen de Araceli.
Duquesa de N *: cajita de oro esmaltada, etc., etc.» Araceli exhibía estos chirimbolos a las visitas con singular complacencia. Sólo faltaba sobre ellos un cartoncito con el precio para que semejase por completo un almacén de saldos.
El pueblo cree que está viendo representar el sainete de Castillo <i>La casa de vecindad</i>, y quiere tomar parte en la función. ¿No es verdad, Araceli? Sí señora. Ese nuevo actor que se mete donde no le llaman, dará disgustos a las Cortes. El pueblo quiere que juren dijo Flora. Y querrá también que se les ponga una soga al cuello y se les cuelgue de las bambalinas.
Señor de Araceli me dijo después que por un instante meditó ¿y esto para qué es? ¿El Congreso? Sí, eso es; quiero decir que para qué sirve el Congreso. Sirve para gobernar a los pueblos, juntamente con el rey.
Un individuo de las tribunas gritó: ¡Afuera el apaga-candelas! Y el barullo y vocerío tomaron proporciones tales que los porteros nos amenazaron con echarnos a todos a la calle. Sr. de Araceli me dijo Presentación, encendida y agitada por el entusiasmo tendría un grandísimo placer... ¿en qué creerá usted? Me regocijaría muchísimo... ¿de qué pensará usted?
Por dicha llevaba yo, pendiente del cuello en una cadenita de oro muy sutil, una pequeña medalla de plata, representando la Virgen de Araceli, patrona de la ciudad de Lucena. Fijó el Barón la vista en la medalla y la tomó entre sus dedos, para examinarla mejor. ¿De dónde procede esta medalla? preguntó con curiosidad tal, que parecía embargar su espíritu y distraerle de los otros objetos.
Palabra del Dia
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