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Con estas cosas ni tenemos posta ni quien lleve una carta. Sin embargo, yo recibí las que esperaba, y aquí estoy al fin, deseando, como los demás, que tropecemos con los franceses. Desde entonces fué Santorcaz el principal personaje de la cuadrilla después del amo, lugar que supo conquistarse con la desenvoltura subyugadora de su conversación.

España no se somete, no, señor, no se somete exclamó de improviso el anciano, quebrantando el voto de su antes silenciosa prudencia, y levantándose de la silla para expresar con frases y gestos más desembarazados los sentimientos de su alma patriota . España no se somete, Sr. D. Luis de Santorcaz, porque aquí no somos como esos cobardes prusianos y austriacos de que usted nos habla.

Condenada a ser de Napoleón y a ver sentado en su trono a un rey de la familia imperial, lo más cuerdo es resignarse a ésta con la conciencia de haberla merecido. ¡Que España será francesa, que España será de Napoleón! exclamó el Gran Capitán, encendido en violenta ira . Sr. de Santorcaz, usted es un insolente, usted es un deslenguado, usted no tiene respeto a mis canas.

Santorcaz, al oír esto, se desternillaba de risa, haciendo subir de punto con sus irreverentes manifestaciones el enfado de D. Santiago Fernández, el cual, dando una fuerte puñada en la mesa, continuó así: ¿Qué valen todos los generales de hoy, ni los emperadores todos, comparados con el marqués de Sarriá?

Si esos signos representan algo repuso Santorcaz , es referente al primero que los usó, a sus hazañas, si las hizo, o a sus privilegios, si los tuvo; pero hoy, amiguito, tales pinturas no valen de nada, y dentro de algunos años, los que las posean sin dinero, serán unos pobres pelagatos, a quienes nadie se arrimará, así como todo aquel que haya hecho una fortuna con su trabajo o descuelle por su talento, será bienquisto en el mundo, aunque no tenga ni un adarme de lagartija en su escudo.

Vivamos en paz con Dios dijo D. Diego . Por eso creo que antes de robar del convento a mi novia, debemos confesar y comulgar, diciéndole al Señor que nos perdone lo que vamos a hacer, pues no es más que una broma para divertirnos, sin que nos mueva la intención de ofenderle. Santorcaz rompió a reír desahogadamente. ¿Conque usted es de los que encienden una vela a Dios y otra al Diablo?

El Gran Capitán no pudo continuar, porque la pena ahogaba su voz; D.ª Gregoria se llevó también la punta del delantal a los ojos, y Santorcaz, más serio y grave que antes, respetaba el dolor de sus dos amigos. Me han asegurado dijo, después de una pausa que ese D. Pedro Velarde iba a comer todos los días en casa de Murat. ¿Es que simpatizaba con los franceses?

No; espero que no nos separaremos tan a deshora, y cuando parece probable que, siguiéndome, asistan ustedes a algún espectáculo que les haga más llevadero el fastidio de mis personales narraciones. Vamos, pues, y tengan en cuenta que nos acompaña el Sr. de Santorcaz, a quien llevan al país andaluz asuntos de familia.

Tened, pues, un adarme de paciencia, y mientras aquellas distinguidas personas se preparan para ponerse en camino hacia Madrid, adonde con vuestra venía pienso acompañarlas, atended un poco más. El mismo día 22 encontré a Santorcaz, puesto ya al frente de su partidilla, la cual, como he dicho, estaba formada de lo mejorcito del país.

Lo que nos contaba Santorcaz respondí era pura verdad; pero esto que ahora vemos, amigo Marijuán..., verdad es también. Considerad ahora lo que pasaba del otro lado de Sierra Morena en aquel mismo mes de julio. El día 7 había jurado José en Bayona la Constitución hecha por unos españoles vendidos al extranjero. El día 9, el mismo José traspasaba la frontera para venir a gobernarnos.