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Actualizado: 25 de junio de 2025


¡Basta de romances! exclamó de improviso Santorcaz, asustándonos a todos con su interrupción . Eso es cosa de chiquillos, y no de hombres formales. ¿No sabe usted más que eso? muchos más dijo tímidamente el joven . Don Paco me ha enseñado muchos, y me los hace aprender de memoria para que los diga en las tertulias. ¿Y nada más le ha enseñado a usted ese Sr.

Santorcaz soltó de nuevo la risa al ver el acaloramiento de Fernández, cuyas patrióticas opiniones apoyó de nuevo su esposa, hablando así: Aquí somos de otra manera, Sr. de Santorcaz. Usted, viviendo por allá tanto tiempo, se ha hecho ya muy extranjero y no comprende cómo se toman aquí las cosas. Por lo mismo que he estado fuera tantos años, tengo motivos para saber lo que digo.

El estupor que produjeron estas palabras reveladoras en el atento concurso, compuesto de muchachos rudos e ignorantes, pero de gran viveza de imaginación, fué tan extraordinario, que por un corto rato no se oyó la más insignificante voz, señal cierta de que las ideas vertidas por Santorcaz, entrando de improviso en los obscuros cacúmenes de sus oyentes, habían armado allí gran zipizape y polvareda, dejándoles aturdidos, confusos y sin palabra.

Estoy entusiasmado, y me parece que antes de venir al ejército era yo un zoquete. Cabalmente recuerdo que he pensado alguna vez en eso que usted me dice ahora...; ..., allá, cuando iba a misa con mi madre a las Dominicas. Estas cosas, D. Diego, son la vida añadió Santorcaz ; son la juventud y la alegría.

Yo no tengo nada de torpe: me lo conozco, , señores. ¿Creerá usted, Sr. Santorcaz, que eso que usted ha dicho de los mayorazgos se me había ocurrido a muchas veces cuando jugaba en el patio de casa con las gallinas?

D. Santiago dijo Santorcaz, moderando su risa ; y si usted me las cuenta todas, confesaré que las que yo he visto son juegos de chicos. Y como desde aquella fecha ha conservado usted los hábitos de campaña, y gusta tanto de conversar sobre el tema de la guerra, los vecinos le llaman el Gran Capitán.

Así es la Mancha. Al atravesarla no podía menos de acordarme de D. Quijote, cuya lectura estaba fresca en mi imaginación. Durante nuestras jornadas nos aburríamos bastante, menos cuando Santorcaz nos contaba algún extraordinario suceso de los que en lejanos países había presenciado.

De lejos y al caer de la tarde distinguíamos la columna de humo cubriendo el cielo de vagabundas y sombrías ráfagas, y el aragonés y yo no pudimos menos de maldecir en voz alta y expresivamente al tirano invasor de España. Contra lo que esperábamos, Santorcaz no nos contestó una palabra, y seguía su camino profundamente pensativo.

Santorcaz, después de un rato de silencio y meditación, contuvo su cabalgadura, paróse en mitad del camino, y contemplando con cierto arrobamiento el horizonte lejano, las colinas de la izquierda y los charcos de la derecha, habló así: Estoy asombrado, porque nunca he visto dos cosas que tanto se parezcan como este país a otro muy distante donde me encontraba hace tres años a esta misma hora, en la madrugada del 2 de diciembre. ¿Es mi imaginación la que me reproduce las formas de aquel célebre lugar, o por arte milagroso nos encontramos en él?

¿En qué batallas se ha encontrado usted? preguntó con sonrisa burlona Santorcaz.

Palabra del Dia

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