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Actualizado: 25 de junio de 2025


Cuando empiecen nuestros generales a decir «Por aquí te doy», ya les tendré a ustedes al tanto de todo, día por día. A este punto llegaba, cuando entró Santorcaz, y no bien le vieron las honradas personas que formaban el auditorio del buen Fernández, empezaron a desfilar de muy mal talante, porque la presencia del citado flamasón era harto desagradable a todos los habitantes de la casa.

Cuando yo las acomodaba en mi equipaje, pude ver de soslayo los sobres, y me quedé frío de sorpresa y casi diré de terror: leí los nombres de Amaranta, de la Marquesa su tía y del señor diplomático. Santorcaz, que aún no había recibido lo que aguardaba, se quedó, prometiendo juntarse con nosotros al día siguiente o a los dos días.

Otro ejército. Y en Galicia y en Castilla, otro y otro ejército. ¿Cuántos españoles hay en España, Sr. de Santorcaz? Pues ponga usted en el tablero tantos soldados como hombres somos aquí, y veremos. ¿A que no sabe usted lo que me ha dicho hoy el portero de la Secretaría de la Guerra? Pues me ha dicho que mi pueblo ha declarado la guerra á Napoleón, ¿Qué tal? ¿Cuál es el pueblo de usted?

Pero como buenos chicos que éramos nos conformamos, supliendo los dos tercios restantes con la substancia moral del entusiasmo. Pero, Sr. de Santorcaz pregunté a mi compañero, cuando, con el agua al estribo, vadeábamos el Guadalquivir , ¿nos quiere usted decir por qué no se nos ha llevado adelante? ¿Por qué después de esta victoria desandamos lo andado?

De todas aquellas personas, ninguna estaba tan enérgicamente fija en mi pensamiento como Santorcaz, hombre para incomprensible y sospechoso, y que empezaba a inspirarme secreta antipatía, sin que acertara a explicarme por qué. Al siguiente día hicimos un movimiento por la orilla izquierda, río arriba, hasta un punto mucho más alto que Menjíbar.

Con él y otros criados formóse una legioncilla de cinco hombres; mas sabedora doña María de que otros jóvenes de familias ricas de Baeza, Bujalance y Andújar habían llevado hasta diez, mandó que se aumentara aquel número, fijándose al instante en Santorcaz y en . Se nos ofrecía una peseta diaria, además de lo que cayera si volvíamos con vida y salud.

Marijuán reventaba de hilaridad. Yo a mi vez no pude menos de hacer alguna observación al narrador, diciéndole: Señor de Santorcaz, allá no se ve ningún castillo, como no sea que se le antoje fortaleza la cabaña de algún pastor de ovejas, únicos rusos que andan por estos lugares. si que no sabes lo que te dices prosiguió Santorcaz, deteniendo su macho en medio del camino . Os seguiré contando.

Santorcaz opinó que yo debía aceptar el enganche, y yo fuí del mismo dictamen respecto a mi amigo; D.ª María ofreció equiparnos, mudando nuestras ropas por otras nuevas y mejores, y además comprometíase a mantener por algún tiempo a los que ya comenzaban a tener dudas acerca del pan que comerían al llegar a Córdoba.

Santorcaz nos trataba con superioridad, aunque sin tiranía. Cuando al llegar a una posada, cabalgando él en perverso macho y nosotros a pie, íbamos a tenerle el estribo y después a quitarle las espuelas, deshaciéndonos en cumplidos y cortesías, teníamos que apretar los dientes para no soltar la risa.

Cuantos componían la cuadrilla estaban presentes, menos Santorcaz, el cual desde nuestra llegada había pedido con mucha prisa a D. Paco recado de escribir y puéstose a trazar unas cartas en el despacho de éste.

Palabra del Dia

rigoleto

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