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Lo del negro no me fué posible introducirlo; pero el magnífico desenlace del tío en Indias, ideado por el fénix de los críticos, aunque no pude suponerle oidor sino tabernero, diferencia que importa poco para el caso.

Durante un mes pude sufrir la lucha entablada entre mi razón y mis celos; pero llegó un día en que me estremecí. Amparo nada me dijo cuando la anuncié este viaje, más que las siguientes palabras: Espero que volverás pronto. Aquella noche salí de Madrid en una silla de postas. Mi resolución era, no volver a ver más a Amparo.

Solté una sonora carcajada al leer esta epístola fantástica y también la abuela se rió de buena gana. Está decididamente en el aire la manía de escribir dijo enjugándose los ojos que estaban llenos de lágrimas. ¡En qué siglo vivimos!... Y proponer a San Pablo... Es una broma de Francisca dije a la abuela, en cuanto pude respirar. La pobre Celestina ha sido sugestionada.

Como valor fingía, de mis ojos el llanto contener pude un instante; para no ver sus míseros despojos oculté entre mis manos mi semblante. Alcé luego la frente, mas no estaba su cadáver allí. ¡Vana porfía! ¡Ya su cuerpo en la tierra descansaba! ¡Ya en una tumba su beldad yacía!

Decididamente, no he venido al mundo para las negociaciones delicadas. Esta vez era Kisseler, y detrás de él, Lautrec. No con qué expresión lo he recibido, pero que fue bastante singular para que, en varias ocasiones, me mirase sonriendo. No pude menos de hacer la observación en voz alta: ¿Qué tengo hoy de extraordinario? Lautrec respondió: Estoy observándolo. ¡Ay, señor cura!

Desde aquella noche no pude volver a Cádiz hasta la tarde del 28 de Mayo, formando parte de las fuerzas que se enviaron para hacer los honores a la Regencia, que al día siguiente debía instalarse en el palacio de la Aduana.

Tenía mucha prisa en salir de aquel salón en que me ahogaba; pero no pude retirarme ante la actitud provocativa que afectaba el señor de Bevallan. A fe mía murmuró, que es cosa bastante particular. Fingí no oirlo. La señorita Margarita le dijo dos palabras bruscas en voz baja.

Hablo sólo de los que conocí cuando niño, porque, obligado á dejar á España joven, no pude oir más comedias. Como prueba de que á veces vegetan grandes ingenios arando, que, cultivados, hubiesen dado lustre á los estudios y á la patria, cito este caso. La música fué mejor de lo que esperaba, y toda la fiesta parecía más propia de ciudad que de aldea.

Cuando la pieza se disparó, se volvió hacia , trémulo de gozo, y con voz que apenas pude entender, me dijo: «¡Ah!, ahora Paca no se reirá de . Entraremos triunfantes en Cádiz».

Sentí una vaguedad fría en mi cabeza: mis ojos se oscurecieron, no pude sostenerme de pie, y me senté en el mismo sillón en que ella se sentaba.