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La de Grevillois permanece seria y con una expresión de placidez, como si no oyera lo que se dice. A la Marquesa de Oreve, por el contrario, le divierten extraordinariamente las ocurrencias del señor Kisseler y, si está callado, lo que es raro, no deja de incitarlo: «Kisseler está triste esta noche... Se conoce que no le inspiramos.» Y esto basta para inflamar la pólvora.

Hacia el asado, sin embargo, la conversación se extravió, y dejando los laberintos literarios, hicimos una excursión atrevida hasta las más altas cimas del arte, bajo la dirección de Kisseler. Después, como cediendo a la atracción del vacío, dimos un inmenso chapuzón en el obscuro abismo en que lucha la metafísica contra las religiones, que la desdeñan, y contra la ciencia que la desprecia.

Además, tiene siempre en la mano aquel dichoso libro de apuntes y saca el reloj cada minuto, lo que es también un poco fastidioso. Kisseler... No quiero pensar siquiera en él, porque lo detesto de pies a cabeza. No queda ya más que Máximo, el candidato de mi padre. Tiene una dulzura tranquila y fuerte que inspira confianza; su sonrisa es agradable y benévola; sus maneras, sencillas y naturales.

Máximo dijo el otro día que tiene usted un delicioso tipo de virgen. Y Kisseler añadió: «Una virgen que haría condenarse a todos los santosNo se escandalice usted, querido señor cura; en este país se habla de todo así, en broma. La Marquesa se reía y se extasiaba por el ingenio de Kisseler y por sus graciosas salidas.

Le supliqué que abreviase, pero tuve que sufrir un exordio, preparado de antemano, sobre los penosos deberes de la amistad y sobre el esfuerzo que le imponía su vivo interés por ... Por fin habló. Trátase, en efecto, de Lautrec y ha sido la de Jansien la que ha puesto en circulación el rumor. Bromeó sobre eso con Kisseler, el cual fue, muy indignado según parece, a contárselo a la Marquesa.

Es imposible que no haya uno que te guste más que los demás... franca... Desde luego, el que me gusta menos es el señor Kisseler. Procedamos, si quieres, por eliminación. ¿Qué piensas de Gerardo Lautrec? Lo encuentro fino, ingenioso, amable... ¿Es a él a quien prefieres? ¡Oh! no... Me interrumpí, no sabiendo realmente si decía la verdad. Entonces es Máximo... a no ser que el doctor...

Admito dijo, que Elena no entiende las obscenidades de Kisseler, pero así como el oído se acostumbra a los sonidos de una lengua extranjera y acaba por comprender su significación, ¿no teme usted que?... ¿Que sepa pronto más de lo necesario? , sin duda.

Es la única que no se ríe con los chistes del señor Kisseler, un escultor amigo de mi padre, cuyo ingenio hace gracia a todo el mundo. Este señor me disgusta y me parece grosero, acaso porque no le comprendo, pues da a las palabras más sencillas, en apariencia, un sentido particular que hace reír a los hombres y ruborizarse a las señoras, sin perjuicio de reírse también.

Creo que en este caso hubiera tirado a Kisseler por la ventana... Cuando todos se marcharon y Elena se metió en su cuarto, me quedé fumando un cigarro con Lacante para esperar la hora del tren. Lacante estaba preocupado y tocaba el tambor nerviosamente con los dedos en la mesa. Por fin dio un suspiro y dijo: Tendré que separarme de mis amigos o de mi hija.

A Dios y a los hombres, señora respondió Elena con cándida intrepidez y sin echar de ver las sonrisas de todos. ¡Diablo! exclamó Kisseler con su brutalidad de siempre; pido que se agregue a las señoras... Elena no lo oyó, aturdida por la risa estrepitosa de Sofía, a quien estas bromas gustan extraordinariamente. Nos levantamos de la mesa al ruido de aquellas carcajadas, y pasamos al salón.