United States or Heard Island and McDonald Islands ? Vote for the TOP Country of the Week !


Había algo tan raro en el sonido de su voz, que no pude menos de mirarla. Sus ojos brillaban con un extraño fulgor, pero, en un momento la llama que los iluminaba se apagó y Luciana volvió a caer en la inmovilidad un poco triste y altanera que había guardado hasta entonces. Lautrec respondió: Confío esos papeles a Máximo, porque es mi amigo y el más caballero que conozco.

Ya con la puerta abierta, Luciana afirmó la voz y me dijo: Hasta muy pronto... Si ve usted esta noche al señor Lautrec, dígale que le deseo buen viaje... Y no olvide usted decir a Máximo que mi madre y yo sentimos mucho no estar con ustedes para darle la bienvenida. Pero Ruán no nos ha consultado para la apertura de su exposición. No olvidaré nada...

Pero la de Grevillois intervino oportunamente, rogando a Lautrec que nos recitara alguna de sus poesías.

Después se adelantó hasta alcanzar a Elena y a Gerardo, y añadió en voz alta: Señor Lautrec, usted, que es alto, ¿quiere alcanzarme esa rama de madreselva? Gerardo se volvió al oír su nombre y se apresuró a cortar y ofrecer a Luciana la rama de madreselva que estaba enredada en el mismo árbol en que había yo dicho que podría ahorcarme.

Como era temprano me fui a acabar la velada en casa de las de Grevillois, que daban un en su minúsculo cuartito del piso quinto. Puedes pensar si tendría yo prisa por ir. Me acompañó Gerardo Lautrec. ¿Te he hablado de él? Y cuando llegamos estaba la reunión en todo su esplendor.

Las de don Gerardo Lautrec no son tan límpidas, pero son hermosas, sin embargo, y él las sostiene con formas elegantes, con palabras lindas y musicales y con una especie de emoción entusiasta, sin decir nunca nada que me mortifique, mientras que noto en los demás una indiferencia hostil y hasta aversión y desprecio declarados contra todo lo que es más sagrado para ... Y todavía se contienen por mi causa... He visto a don Máximo hacerles señas y contener en sus labios palabras que iban a decir.

Lo demás es polvo que el viento disipa. Elena al Padre Jalavieux. Estoy asistiendo a una bonita novela que espero terminará por una boda entre Luciana Grevillois y el señor Lautrec. Es visible lo que se gustan mutuamente y no me ocurre qué podría impedirles casarse. Luciana no tiene fortuna, pero creo que él tiene bastante para dos.

¿Qué va a ser de Lautrec? pregunté amargamente. Se consolará con la Marquesa, como la niña de Lacante con su padre. Y me señaló a la Marquesa y a Lautrec engolfados en una conversación muy animada, mientras el Marqués de Oreve se paseaba por el terrado con Kisseler. Eché una mirada de pesar a Elena, que se alejaba, después de haber vuelto la cabeza dos o tres veces para ver si yo la seguía.

Gerardo Lautrec tenía el honor de ser su vecino y yo estaba enfrente, sin perder ni un movimiento, ni una expresión, ni un matiz siquiera de sus fisonomías. Acaso me hubieran molestado las solicitudes de Gerardo si Luciana, con una seña y una imperceptible sonrisa, no me hubiera probado que estábamos secretamente unidos. La conversación versó al principio sobre la literatura y las novelas nuevas.

El señor Kisseler revoloteaba y mosconeaba alrededor de nosotros como un gran saltamontes aturdido, y don Gerardo Lautrec iba a mi lado, explicándome como poeta, las bellezas del claro-obscuro, mientras se levantaba en el horizonte una fina luna nueva. Este señor Lautrec es una persona muy agradable, alto, esbelto y rubio.