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Lo que no me impedirá llevar infiltrado en mi sangre y en mi corazón el veneno de la duda, que corromperá mi existencia y también la suya. ¿Quién puede jactarse de ahogar para siempre la sospecha, ese monstruo de cien cabezas siempre renacientes? ¿No he visto a todos los hombres a sus pies? ¿No me inspiró sospechas recientemente Gerardo Lautrec?

Luciana preguntó: ¿Es bonita esa joven? No nos lo ha dicho usted. ¡Lindísima! Procuré, con algo de malicia, acentuar mi respuesta, pues nada molesta a las mujeres como la belleza de las demás. ¿Tan bonita es? ¡Deliciosa! El viaje, entonces, no le habrá a usted parecido largo... ¡Oh! Máximo no se ha aburrido dijo Lautrec riendo.

No hay nada entre Elena y yo; nada que no sea natural y legítimo entre un hermano mayor y su hermana. , naturalmente; una amistad fraternal... Así empiezan siempre esas cosas... Es verdad que yo no puedo invocar la misma excusa. Soy demasiado sincera para no confesar que hay en Lautrec algo más que una amistad de hermano... y en algo menos. Reconozca usted que está enamorado. ¿Por qué no?

Su voz estaba cambiada y su respiración era anhelosa. ¿Por qué niega usted? La vieron a usted entrar. ¿Quién me vio? ¿Quién se atreve a decir eso? La de Jansien... Iba a ver a su abogado, Lehoux, que vive en la misma casa que Lautrec, y ha visto a usted, a usted, Luciana, entrar en casa de ese hombre, donde era usted, sin duda, esperada, puesto que allí se quedó.

Lo que me preocupaba entonces era el asombro de que Luciana, comprometida con Máximo, hubiera tratado de casarse con Lautrec. Hay en esto un misterio. Yo no he soñado que ha seguido con él una correspondencia secreta, que me ha encargado de rescatar, aun a riesgo de comprometerme.

Lautrec no hubiera venido a pedirme de almorzar esta mañana si hubiera estado yo sola dijo en tono melancólico.

Y este estado de lucha sorda ha durado una semana, durante la cual no ha cambiado su actitud con Gerardo. Lautrec no habla ya de viajar o parece aplazar, para una época indeterminada, su expedición al Asia Central. Había yo creído observar que Luciana le escuchaba por una especie de bravata, y yo, por orgullo, fingía indiferencia y trataba de parecer alegre y satisfecho.

¿Por qué toma usted a juego el torturarme le pregunté, sabiendo que su complacencia en tolerar la actitud comprometedora de Lautrec es injuriosa y cruel para ? Sea usted justo exclamó. Lautrec hace a mi lado lo mismo que usted con la niña de Lacante... Mi coquetería no es más criminal que la de usted.

Salimos, pues, los cuatro, dando escolta alegremente a un voluminoso cesto lleno de provisiones, con el que cargábamos alternativamente Lautrec y yo. El tiempo estaba radiante y el calor nos hubiera parecido insoportable si hubiéramos tenido que ir a descubierto por una carretera.

Parecía rejuvenecido con la belleza de su hija. Cuando volvió, fue unánime y calurosamente felicitado. Gerardo Lautrec improvisó, en honor de Elena, un soneto de rimas sonoras y raras, en el que la comparaba con las vírgenes de las Propilias y rimaba ánfora con canéfora, lo que es rico, nuevo... y no hace daño a nadie. Máximo de Cosmes a su hermano. 20 de agosto.