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El único que solía mostrar indicios de rebelión era el chiquitín. La Señana, en sus cortos alcances, no comprendía aquella aspiración diabólica a dejar de ser piedra. ¿Por ventura había existencia más feliz y ejemplar que la de los peñascos? No admitía, no, que fuera cambiada, ni aun por la de canto rodado. Y Señana amaba a sus hijos; ¡pero hay tantas maneras de amar!

Mientras hablaban se frotaban suavemente los nudillos de la mano izquierda con la palma de la derecha. Todo era admirarse de verla en traje de seglar y tan cambiada que, según decían, nunca la hubieran conocido.

Porque, efectivamente, cambiada ya la disposición de su espíritu, Vérod acusaba a la muerta no solamente de debilidad sino de mentira y casi de indignidad.

La doncella salió, y apenas se cerró la puerta Lea se levantó de un salto y toda cambiada, la cara contraída, la voz temblorosa, dijo llevándose á Jacobo al punto más apartado de la pieza: Mírame bien... ¿No me encuentras nada nuevo en la mirada? ¿Soy la misma mujer? ¿Qué tienes? preguntó Jacobo, asustado por su agitación. ¿Qué ha sucedido?

Este con el corazón apretado, revivía nítidas las impresiones enterradas once años en su alma. Y todo esto por falta de relaciones... ¡Es tan difícil tener un amigo en esas condiciones! El corazón de Nébel se contraía cada vez más, y Lidia entró. Estaba también muy cambiada, porque el encanto de un candor y una frescura de los catorce años, no se vuelve a hallar más en la mujer de veintiséis.

Escena que usted ha venido a interrumpir con su figura y sus aires modernistas dijo Elena sonriendo, pero con voz ligeramente cambiada. La hospitalidad es la única virtud que resplandece en los poemas griegos. Soy un pobre viajero que cansado y hambriento viene pidiendo una tarima donde descansar y pan para satisfacer su apetito.

Poco después tuvo que abandonar a Córdoba. «Cuando al cabo de cinco años volví a Córdoba dice fui a vivir a casa de unos parientes, donde la encontré de nuevo; pero estaba tan cambiada que apenas la reconocí; tuvieron que decirme quién era. Aquella flor, que había sido el encanto de cuantos la miraban, estaba ya marchita, por la necesidad de acudir a su subsistencia con un trabajo excesivo.

Yo quedé con un agudo dolor. Don Hugo me escribió al poco tiempo una carta muy tierna que aumentó mi amor hacia él. Con el afán de poder leer sus cartas, de poder escribirle, aprendí en muy poco tiempo á leer y á escribir. Al año pude contestar, aunque mal, por misma á aquel amante que se me había entrado en el alma, y á quien debía el verme cambiada en otra.

Su voz estaba cambiada y su respiración era anhelosa. ¿Por qué niega usted? La vieron a usted entrar. ¿Quién me vio? ¿Quién se atreve a decir eso? La de Jansien... Iba a ver a su abogado, Lehoux, que vive en la misma casa que Lautrec, y ha visto a usted, a usted, Luciana, entrar en casa de ese hombre, donde era usted, sin duda, esperada, puesto que allí se quedó.

Isidro tardó algunos instantes en reconocerla. Hubiera pasado varias veces ante ella sin que llamase su atención. ¡Cuán cambiada la veía!... Olvidando su tristeza de enferma, evocaba siempre en sus recuerdos la Feli hermosa y alegre de los primeros tiempos de su amor.