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Actualizado: 15 de junio de 2025
Quizás esta linda mujer que no es más joven que él y que se apoya en su brazo esté más cambiada que su marido; el encantador sonrojo que antes coloreaba constantemente sus mejillas quizás no reaparezca más que momentáneamente bajo la influencia del aire fresco de la mañana o de alguna gran sorpresa.
Los amigos estaban todavía allí, y la discusión continuaba. Las ideas eran las mismas, y la media tostada que Fulánez mojaba en el café, dijérase también la misma media tostada que siete años atrás y en mi propia presencia le había servido el camarero. Uno de los amigos pretende leerme un drama. El amigo está igual, y del drama no ha sido cambiada ni una sola coma.
Bajo el imperio de este sentimiento, saturado de prudente indecisión, el joven concurría cada vez más irregularmente al hotel de la calle Vaugirard. María Teresa parecía cambiada también; no estaba ya alegre; su tristeza, justificada por la enfermedad persistente del señor Aubry, corroboraba las reflexiones desesperantes de Huberto.
Pero cambiada una cualquiera de estas condiciones, cambiará la impresion; el objeto será mas ó ménos grande, los colores mas ó ménos vivos ó quizas del todo diferentes; su figura sufrirá considerables modificaciones, ó tal vez se convertirá en otra nada semejante.
Clara había vuelto á salir de paseo con Lucía y acompañada del Comendador y de Doña Antonia; pero Clara estaba cambiada. Su palidez y su debilidad eran para inspirar serios temores. Su distracción continua asustaba también al Comendador.
Vivía en un estado de preocupación sombría que no pasaba desadvertida a los criados. Josefina también la adivinaba; veía que su madrina estaba cambiada, no sólo con respecto a ella, sino en todo su modo de ser. Y allá, vagamente, en los limbos oscuros de su pensamiento se engendraba la idea de que estaba triste, que padecía y que ésta era la causa de su mal humor.
Pasé, pues, solo con el señor D'Orsel, casi la mitad de la velada; estaba inerte, insensible, y como si se me hubiera helado la sangre; tan poco sentido me quedaba para reflexionar y tan exhausto de fuerzas estaba para moverme. Eran cerca de las diez cuando entró Magdalena, cambiada hasta dar miedo, desconocida, con el aspecto de un convaleciente a quien la muerte ha tocado de cerca.
Doña Luz sólo recibía a D. Anselmo, a quien ni como a médico consultaba cosa alguna, y a doña Manolita, con quien esquivaba toda conversación sobre su marido, sobre su herencia y sobre la repentina enfermedad que ella había padecido. La índole de doña Luz parecía muy cambiada. Andaba siempre melancólica y taciturna.
¡Oh, tranquilícese usted, el día que eso sucediera!... añadí. El día que eso sucediera... repitió ella. Y le faltó la voz y rompió a llorar. Al día siguiente, no obstante, volvió. La vi apearse de su carruaje tan cambiada, tan abatida que me asusté. ¿Qué tiene usted? le dije corriendo a su encuentro, tanto me pareció próxima a desmayarse.
En medio de estos dulcísimos ensueños de su alma arrebatada, sentía Maximiliano unos saetazos que le hacían volver sobresaltado a la realidad. Era como la feroz picada de un mosquito cuando estamos empezando a dormirnos dulcemente... Por mucho que se estirase el dinero sacado de la hucha, al fin se tenía que concluir, porque todo es finito en este mundo, y el metálico precisamente es una de las cosas más finitas que se pueden imaginar... ¡María Santísima!, cuando el temido momento llegase... ¡cuando la última peseta del último duro fuera cambiada...! Si el mosquito le picaba a Maximiliano cuando estaba en su cama dormido o preparándose a ello, incorporábase tan desvelado cual si fueran las doce del día, o se ponía a dar vueltas en el lecho y a calentarlo con el ardor de su febril zozobra. A veces invocaba al Cielo con íntimo fervor de oración. Esperaba que la obra generosa que había emprendido pesase mucho en las recónditas intenciones de la Providencia para que Esta le sacase del atolladero en que los amantes iban a caer.
Palabra del Dia
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