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Un camarero vestido de pielroja, con gran abundancia de plumas, iba ante la música haciendo molinetes con una cachiporra de tambor mayor. Saludábanse los pasajeros matinales en el paseo con grandes elogios al día. El agua era gris, el cielo estaba encapotado; el Océano ecuatorial ofrecía el aspecto de un mar del Septentrión. La brisa fresca que venía de proa ahuyentaba el temido calor.

A Lezcano y los demás enanos se les podrían dar los vestidos que ordenare el Camarero Mayor o Sumiller, a la medida de sus cuerpos. A Andrés Pérez se le ha dado de algunos años a esta parte un vestido, como se dice en la relación, pero me parece que hoy éste sea ordinario, ni se haya de poner en el libro.

Probablemente se lo ha enviado el carcamal de mi maridoAl oír el repique en la puerta, hizo un ademán a los otros para que no se movieran, y salió ella a abrir. ¿Quién es? Felicita respondió el camarero. La voz con el nombre llegó a oídos de Novillo. Le acometió un temblor intenso. Con movimientos torpes e inútiles tendía las manos hacia el peluquín y la dentadura postiza.

Maltrana, apiadándose de su impaciencia, preguntó a un camarero por la señora norteamericana. ¿Estaba enferma?... Y el doméstico volvió al poco rato con noticias. Había pedido que la sirviesen el almuerzo en su camarote. Tal vez estaba indispuesta. Esto hizo que Ojeda comiese de prisa, con un visible deseo de escapar cuanto antes... ¡Maud enferma!

¿Cuántos han muerto esta noche? 20 Nueve, señor doctor. Pues yo he recetado para diez enfermos. Es que el número siete se ha negado rotundamente a tomar la medicina. Comía un inglés en una fonda y le sacaron, como era 25 natural, pan tierno. Tráigame pan duro dijo al camarero. No lo hay, señor contestó éste. Pues que lo hagan. Yo esperaré. En un examen. 30 ¿Cuántos son los elementos? Cinco.

El camarero del café le descubrió que su amo era poseedor de una mesa giratoria por medio de la cual consultaba con los espíritus cuanto quería. Bastó esto para que el paisano ardiese en deseos de conferenciar con el cafetero y asistir a alguna de aquellas sesiones maravillosas.

Otras veces entreabría con esfuerzo los carnosos párpados, y enviaba de sus ojos, profundos y tristes, miradas de agradecimiento a los que le rodeaban. Cuando el camarero repicó a la puerta, la duquesa buscaba una medicina entre los frascos del tocador. Había tomado en la mano un pomo que decía: «La onda del Leteo. Tinte indeleble para el cabello», y pensaba: «Voy a probar yo este tinte.

El viejo camarero que salió al encuentro de la pareja en un senderillo descendente mostró un gesto idéntico al fijar sus ojos en Ferragut. «Tenía lo que necesitaba el señor.» Y atravesando una terraza bajo emparrado, con varias mesas libres, abrió una puerta y les hizo entrar en una habitación que sólo tenía una ventana.

El camarero de la guitarra y otros dos colegas se esmeraban en el servicio de la mesa, porque eran los de la ópera los que venían a cenar; y... ¡colmo de la expectación!, se aguardaba también a las cómicas; vendrían la tiple, la contralto, una hermana de esta y la doncella de Serafina, que en los carteles figuraba con la categoría dudosa de otra tiple.

Hospedose en casa de Fonseca, y, ya como muestra de habilidad, prueba de gratitud o acaso ardid entre ambos convenido para que se le conociera pronto, le hizo Velázquez un retrato. «Llevolo a Palacio aquella noche dice Pacheco un hijo del Conde de Peñaranda, camarero del Infante Cardenal , y en una hora lo vieron todos los de Palacio, los Infantes y el Rey, que fue la mayor calificación que tuvo.