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Actualizado: 23 de octubre de 2025
Detrás de él marchaban el Chivo, y un camarero de colmado, con vasos en las manos y botellas en los bolsillos. Luis, al reconocer a Fermín, se arrojó en sus brazos queriendo besarle. ¡Qué jornada! ¿eh?... ¡qué victoria! Y hablaba, como si fuese él solo quien había puesto en dispersión a los huelguistas.
Vete, Sardiola dijo una débil voz desde el sofá; y Lucía abrió los ojos, y clavó su mirada en el camarero, con reconocimiento y autoridad. Pero señorita, eso de irme, y.... Vete, digo. Y Lucía se incorporó, tranquila en apariencia: Miranda oprimía en la diestra la faca.
Va a estrenarse dentro de quince días me dice mi amigo. ¡Lo mismo, exactamente lo mismo que hace siete años! El camarero me llama por mi nombre: ¡Hola, D. Julio! ¿Qué va usted a tomar? Elijo una paella, como plato castizo, y del que me encontré privado durante mucho tiempo. Esta paella observa alguien que la conoce es la misma de ayer.
Hay una nueva discusión para fijar en términos de reloj la hora del aperitivo. Por último, quedamos en reunirnos de siete a ocho. Al día siguiente dan las ocho, y claro está, mi amigo no comparece. Llega a las ocho y media echando el bofe, y el camarero le dice que yo me he marchado.
A la larga, resultará que descubrimos y colonizamos nosotros un mundo nuevo para gloria y provecho del libro mayor de Hamburgo y de Brema. Interrumpió Isidro su charla para examinar un nuevo plan que el camarero acababa de colocar ante él. Pero a los pocos momentos volvió la cabeza hacia el gran busto blanco.
A los diez minutos de escuchar supo cuanto saber no quisiera: que Artegui estaba en París, que vivía en la casa de al lado, que se podía pasar a su domicilio por el jardín, puesto que uno de los vascongados declaraba haber lo hecho aquella mañana con objeto de visitarle.... El camarero que cruzaba a la sazón con una bandeja llena de platos de humeante sopa, indicó a Miranda que podía sentarse, y él en vez de oírle, tomó escalera arriba como un frenético, y entró sin respeto alguno en la cámara mortuoria.
Freya volvió la espalda, como si le ofendiese el recuerdo de su paso por este antro. El viejo camarero se ocupaba ahora de ellos, empezando á servir la comida. A la botella de vino vesubiano, completamente agotada, había sucedido otra distinta, que perdía poco á poco su contenido. Los dos comieron poco; pero sentían una sed nerviosa, que les hizo tender la mano hacia el vaso frecuentemente.
Claro que el gesto de coger un duro y echarlo a rodar despectivamente sobre la mesa para que el camarero lo recoja es un gesto muy español; pero ese gesto no le quita prestigio al duro, sino que se lo añade. He aquí un duro parece decir el hombre que va a echarlo a rodar . ¿Conciben ustedes nada más grande que un duro?
Los amigos estaban todavía allí, y la discusión continuaba. Las ideas eran las mismas, y la media tostada que Fulánez mojaba en el café, dijérase también la misma media tostada que siete años atrás y en mi propia presencia le había servido el camarero. Uno de los amigos pretende leerme un drama. El amigo está igual, y del drama no ha sido cambiada ni una sola coma.
¡Una carta para ella!... La tomó febril de la mano del camarero, ante la mirada vaga y sin expresión de la doncella, sentada sobre las maletas. Le temblaban las manos. El recuerdo de Hans Keller, el artista ingrato surgió repentinamente en su memoria. Buscó una bujía en su alcoba y acabó por volver al balcón, examinando la carta a la luz del crepúsculo.
Palabra del Dia
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