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Actualizado: 23 de octubre de 2025


Ahora estaba con el peludo pecho al aire, despeinado, sucio de polvo, y unos redondeles elásticos sujetaban las mangas de su camisa para dejar más libres sus manos. Su camarero ofrecía mejor aspecto; pero él guardaba ahorrados algunos miles de pesos en el Banco Español de Bahía Blanca, y además era dueño de mil hectáreas de tierra cerca del pueblo.

Si yo no tuviera un alma heroica y caballeresca, ante la cual carecen de poder las sugestiones de la fortuna, yo depositaría este duro sobre la mesa tomando para ello precauciones infinitas a fin de que no se rompiese, o bien se lo entregaría al camarero en propia mano, religiosamente, como si se tratara de un rito.

Tenía miedo; pero procuró marchar hacia la puerta con cierta majestad, pensando que un hombre estaba á sus espaldas. No quería que la confundiesen con las otras. Al verse solo el español, entregó un billete al camarero por toda la botella y salió sin querer recibir el cambio. Luego, en el bulevar, miró inútilmente á un lado y á otro. Elena había desaparecido... No la vería más.

Y así se estuvieran probablemente hasta sabe Dios cuándo, a no abrirse de golpe la puerta, apareciendo en ella un hombre; no el camarero, ni menos el esperado Miranda, sino un mozalbete de algunos veinticuatro o veinticinco años, mediano de estatura, pronto y desenfadado de modales.

Poco a poco fueron llegando los del zaguanete, los leales, el mayordomo y el pasante del colegio Platónico, dos alumnos espigados del Greco-Latino y el lavandero, la guardia negra del camarero Fariñas, etc., etc., todos provistos asimismo de iguales razones contundentes que su digno jefe.

Entraban nuevos clientes casi todos formando parejas así como iba cayendo el día. El camarero hizo pasar al comedor cerrado á unas mujeres pintarrajeadas y con grandes sombreros, seguidas de unos jóvenes. Por la puerta entreabierta salió un ruido de persecuciones, de choques y saltos, con brutales carcajadas y risas de sofocante cosquilleo.

Un camarero le traerá un plato con fiambres y él comerá si tiene hambre. La soledad es buena para ese espíritu alterado. Los dos amigos bajaron al comedor.

Atacado de una especie de epilepsia ambulatoria corría de su casa a la de Tristán, de aquí al teatro, después al colegio Platónico a prevenir al mayordomo, al inspector y a uno de los pasantes, hombres de toda su confianza, que estuviesen preparados para todo, en seguida al Greco-Latino a hacer lo mismo, más tarde a buscar al marido de su lavandera para entregarle una entrada de paraíso, luego al café de Madrid para ver a Fariñas, su camarero favorito, quien le había prometido tres o cuatro hombres de buenas manos callosas que sonaban como tablas, luego a visitar a un dependiente de la Dalia Azul que había conocido una tarde de merienda en los Viveros.

El camarero del bar había salido á la calle, llamado por un hombre, y volvió con aire inquieto, diciendo á la dueña, algunas palabras en voz baja. ¡Volad, palomas mías! gritó la mujerona desde el mostrador, dirigiéndose á las dos parroquianas más próximas. Y explicó que la policía estaba haciendo una razzia de mujeres en el barrio, y tal vez visitase su establecimiento.

Es el señorito Dupont les dijo el camarero que está con unos amigos y una jembra magnífica que se ha traído de Sevilla. Ahora empieza la juerga... ¡hay tela cortada lo menos hasta mañana! Los dos amigos buscaron el cuarto más lejano para que el estrépito de la fiesta no interrumpiese su conversación.

Palabra del Dia

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