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Pero la hermana no calló. Ella economizaba, privándose de todo para sostener la apariencia de la casa, hasta que las niñas encontrasen «un buen partido»; pero a veces se tropieza con escollos insuperables y no sabe una cómo salir a flote. Pero... ¿duermes, Juan? ¿No me escuchas? Un gruñido dio a entender a doña Manuela que su hermano la oía con los ojos cerrados. Esto bastó para que continuase.

Del molusco, forma indecisa, materia apta aún para todo, la fuerza superabundante del joven, su rica plétora, prodigando la alimentación, debió en un principio, desprender dos formas contrarias en la apariencia, pero que llevaban un mismo fin.

El orín de que estaba cubierta la pesada obra de hierro de su puerta, la dotaba de una apariencia de mayor antigüedad que la de ninguna otra cosa en el Nuevo Mundo. Como todo lo que se relaciona de un modo ú otro con el crimen, parecía no haber gozado nunca de juventud.

Nadie lo sabe más que yo, porque en apariencia es una florecita humilde que vive casi a escondidas dentro del jardín. Yo la descubrí y encontré en ella lo que hombre alguno no supo encontrar.

Cuando el ejército se detenía, eclipsábanse en apariencia todos los males de la patria, porque la tropa, recobrando el buen humor, convertía el campamento en una feria.

Muy alegre... en apariencia... muy animado... con sus grandes botas. Se echa en mis brazos: ¡Hurra! ¡mi tío!

Después del suceso últimamente referido, las relaciones entre Dimmesdale y el médico, aunque en apariencia las mismas, eran en realidad de un carácter distinto al que habían tenido antes. El médico veía ahora una senda bien sencilla que seguir, aunque no precisamente la que él se había trazado.

Hácia las cercanías del Oise y de París se ven extensas canteras de piedra de sillería, caliza en apariencia, pero en su mayor parte de una greda arenosa que se presta mucho á facilitar las inmensas construcciones actuales de París.

La señorita de Porhoet-Gaél, que ha visto pasar este año la octogésima octava primavera de su existencia y que tiene la apariencia de una caña conservada en seda, es el último vástago de una muy noble raza, cuyos abuelos se creen hallar entre los reyes fabulosos de la vieja Armórica.

Aunque de apariencia endeble, su mirada imperiosa y enérgica recordaba que por sus venas corría sangre de famosos guerreros y que su hermano mellizo, el capitán Bartolomé de Berguén, era uno de los esforzados campeones ingleses que habían plantado la cruz de San Jorge sobre los muros de París.