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El Padre de los Maestros pues tal era su título honorífico gustaba mucho de los poetas, y hasta hacía versos cuando no estaba preocupado por sus averiguaciones históricas. Todos los escritores de la República alababan sus poesías como obras inimitables, siendo tales elogios el medio más seguro de alcanzar un buen empleo en la Enseñanza pública.

Y para que nada faltase en aquel acto, arrojáronse á los concurrentes en diversas ocasiones, durante la función, multitud de aleluyas, en las cuales un poeta anónimo, que firmaba F. M. C., quizá antiguo admirador de la cómica, esprimió su ingenio en octavas reales, alusivas al acto, algunas de las cuales eran del tenor de estas que á título de curiosidad reproduzco: Rosa, sin duda alguna que nacistes para aplausos: los hombres admirastes: al mundo con tu acento sorprendistes, y elogios de las gentes escuchastes.

Con las palabras más dulces del mundo, deshaciéndose en elogios y en palabras de agradecimiento hacia usted, me dijo que la señorita Amparo, ayudándola en el cuidado de las niñas del colegio, ganaba lo bastante para sus necesidades. No supe qué contestar. Amparo volvía a hacerse superior a . Mi administrador continuó impasible relatándome sus cuentas.

La duquesa, rodeada de sus más íntimas rivales, recibía de cuantos se la acercaban elogios tributados a su buen gusto, casi todos cortados por un mismo patrón, muy pocos ingeniosos o bien dichos. Su traje era objeto de hablillas entre las damas, de admiración entre los hombres.

Modesto se distinguió allí por su valor y serenidad, en términos que mereció una cruz y los mayores elogios de sus jefes. Su nombre lució en La Gaceta como un meteoro, para hundirse después en la eterna oscuridad.

Seguimos andando, y por dos o tres veces me prodigó los mismos elogios. Yo principiaba a cobrar aborrecimiento a mi estupenda caballerosidad. La sangre de lord Gray corría en surtidor espantoso delante de mis ojos. Desde hoy, valeroso joven, ha adquirido usted el último grado en mi estimación, y le daré una prueba de ello. Tampoco dije nada.

Los rivales de mi maestro, Jacinto Ocaña, el director de la «Escuela del Cura», y Agustín Venegas, el de la «Escuela Nacional», creyeron que el sonetista era el «pomposísimo», y al domingo siguiente, cuando esperaba yo elogios y aplausos, salió en «La Voz de Villaverde» un articulejo desentonado y cáustico, en que ponían a don Román de oro y azul. Corrí a verle: ¿Ya leyó usted? le dije al entrar.

Si otro dice estos elogios del mismo sugeto, no solemos sentirlo tanto, y entonces solo los admitimos, ó rechazamos, segun la pasion que nos domina; pero si uno mismo se alaba en nuestra presencia, siempre lo sentimos, porque nunca podemos sufrir que venga alguno, que á nuestra vista quiera hacerse mejor que nosotros.

Complacido quedó el modesto artista al oir aquellos espontáneos elogios, y no menos al pensar que en la vida no todo eran rencores, luchas, crímenes y engaño, sino que podía ofrecer también momentos de legítima satisfacción.

Los demás volvían también la cabeza y murmuraban: « ¡Precioso! ¡preciosoInmediatamente todos anudaban su cuchicheo interesante, empezando por la señora de la casa: « El sombrero malva, el vestido malva, la sombrilla malva, el forro del coche malva...» La pianista animada por los elogios ponía el alma y la vida en la interpretación de Les premieres feuilles du printemps.