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Actualizado: 6 de junio de 2025


Eran estos un cura viejo, de hábitos raídos y verdinegros, tan loco y pobre como el señor Vicente, varios hermanos de cofradía, y aquel tremendo zapatero cuya conversión le había costado los mejores años de su vida. Todos ellos personas devotas y buenas, que merecían los mayores elogios del «santo». Escuchaba éste con movimientos de cabeza las explicaciones de la joven.

Tengo idea de que tiene el cerebro un poco débil, si no, ¿por qué se dejaría engañar por ese pícaro de Dunsey, a quien nadie ha visto últimamente, y por qué lo dejó matar a ese lindo caballo de caza de que todos hacían elogios? Y durante un tiempo siempre andaba buscando a la señorita Nancy y después todo se desvaneció, por decir así, como el olor de la sopa cuando se enfría.

Tenía ganas de pisar tierra española, de pasear por aquellas viejas murallas con sus garitas, sus baluartes y sus cañones, de ver el hermoso golfo de Cádiz. La primer visita era indispensable hacerla a don Matías. Doña Hortensia me recibió como si fuera su hijo. Mi capitán le hizo grandes elogios de . Doña Hortensia estaba espléndida.

Habíaseles traslucido algo de la comision de Babuco, y uno de ellos en voz baxa le suplicó que exterminase á un autor que no le habia dado suficientes elogios; otro lo pidió la pérdida de un ciudadano que en sus comedias nunca se reía; y otro la extincion de la academia, porque jamas habia podido conseguir ser su individuo.

Hizo grandes elogios de su amor por las cosas del campo, le preguntó sobre sus estudios de selvicultura, de sus proyectos para el porvenir... El joven contestaba con sencillez y sobriamente. Cuando hablaba de economía agraria o forestal, demostraba conocer muy a fondo el asunto.

El profesor Flimnap le obedeció, dirigiendo al gigante un segundo discurso para repetir los elogios con que el Padre de los Maestros contestaba á las alabanzas de Gillespie. Pero éste empezó á fatigarse de la monotonía de una entrevista en la que la vanidad literaria de Momaren daba el tono á la conversación.

El Conde te distingue, te aprecia, te halla linda y agradable y discreta, y por eso habla contigo. Como es muy galante, te hace doscientos mil elogios; pero de ahí al amor hay una distancia infinita. ¿Y quién te asegura que no ha salvado él esa distancia? preguntó Beatriz. Nadie me lo asegura contestó Inés ; pero yo lo supongo. En todo caso, lo mejor es que no te ame. ¿Habías de amarle? No.

Ya en él, al ver que Arturo la contemplaba con ternura, dio al olvido todos sus triunfos; no volvió a pensar en los elogios que la multitud le había prodigado, y entró en su casa diciendo: ¡Qué dichosa soy! El día siguiente, al levantarse, recibió dos cartas. La primera procedía del barón de Blangy, que, mucho más rico que Arturo, ofrecíale su amor y su fortuna.

Es usted un hombre incomparable, señor don Santiago; y yo nunca pagaré bastante a nuestro amigo el señor Guzmán el favor de habérmele dado a conocer. No haga la señora marquesa, a fuerza de elogios, que tenga yo que echarlos a mala parte. Estoy acostumbrado a mucho menos. Pues no le dan a usted lo que merece; y le juro que no le digo más que lo que siento.

Hasta aquí JIMENO. A cuyas noticias, si no temiéramos alargar demasiado esta prefacion, pudiéramos añadir otras y varios elogios de nuestro Autor, que pueden verse en la Biblioteca Valentina del citado M. Fray Joseph Rodriguez; sin embargo no podemos dejar de admirar, que ni estos dos eruditos, ni Nicolás Antonio, que en su Biblioteca Española apenas deja de dar á cada obra y Autor el merecido elogio no le hiciesen de las del nuestro con la debida puntualidad; acaso porque no lograrian leerlas, por ser tan raras.

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