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Actualizado: 6 de junio de 2025
Por aquella época, habiendo encargado una composición en décimas a toda la clase, la mía logró despuntar sobre las demás. Tributome por ella desmedidos elogios, y con tal motivo engendrose en mí la afición de escribir versos, que tarde o nunca me dejó.
Yo siempre empeñada en llevarla a casa, y ella excusándose. Cuando usted la vea, dígale que la quiero mucho; que la estimo en todo lo que vale; y que hace mal en no corresponder a mi cariñosa amistad. Usted hace de ella muchos elogios, y ella no escasea las alabanzas. Entonces la señora preguntó con inoportuna curiosidad: ¿Esa joven es de la familia de usted?
El P. Gil se ruborizó con estos elogios y respondió, sonriendo tristemente, que lo que quisiera en aquel momento era tener mucho talento y mucha ciencia para convencerle de la verdad de la revelación. «¿De cuál revelación? le había preguntado el hidalgo sonriendo también con benevolencia. ¿Cómo de cuál revelación?
Tú no sabes cuán gran alivio es, después de un fraude de siete años, mirar unos ojos que me ven tal como soy. Si tuviera yo un amigo, ó aunque fuese mi peor enemigo, al que, cuando me siento enfermo con los elogios de todos los otros hombres, pudiera abrir mi pecho diariamente para que me viese como al más vil de los pecadores, creo que con eso recobraría nuevas fuerzas.
En su declamación dulzona las había abarcado a todas, jóvenes y viejas, alcanzando sus elogios hasta a las sotanas que figuraban entre ellas, lo que le dio motivo para ensalzar la religión, representada allí por sacerdotes de todo el latinismo.
D.ª Eloisa tornó a exhalar otro suspiro y dijo con acento dolorido, como si terminase en alta voz un monólogo: ¡Qué lástima que le hayan pervertido en Madrid! Álvaro tiene buen corazón... y todos dicen que es hombre de talento. Los clérigos se sintieron molestados por aquellos elogios.
Estos elogios a sus facultades de dueña de casa y el deseo de verla madre de familia la hacían encogerse de hombros y contraer el rostro con gestos de repugnancia. «Vámonos siguió diciendo mudamente . No la oigas más.» La madre los dejó en libertad, adivinando de pronto lo inoportuno de su presencia. Sigan ustedes su paseo. Las viejas estorbamos siempre a los jóvenes.
Hay que perdonarme que me gusten los elogios y que sea sensible a las dulces palabras. Es un defecto común a todas las mujeres. Habíamos llegado al sitio habitual de separarnos y me fui con Lacante y con su hija. A pesar de haber hecho las paces con Luciana, no estaba contento. La había encontrado dura en su defensa y fría en sus promesas. Ella, por su parte, conservaba un secreto descontento.
Señor dije, no merezco ni puedo aceptar los elogios de Vuestra Majestad. Sólo a la bondad del Cielo debo el no ser hoy un traidor mayor aún que el mismo Duque. Me miró con alguna extrañeza, pero no es de enfermos graves descifrar enigmas y renunció a interrogarme. Su mirada se fijó en la sortija de Flavia que yo llevaba puesta.
Lo que a ti te gusta, condenao: ajito caliente. Y los dos sonreían, aspirando el tufillo de la cazuela, donde acababan de cocerse el pan y el ajo, bien majados. La anciana ponía la mesa, sonriendo a los elogios con que celebraba Rafael sus manos de guisandera.
Palabra del Dia
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