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Actualizado: 6 de junio de 2025
Muchos hombres del país, que admiraban lo mismo que los orientales la obesidad femenil, considerando una exuberancia de carnes como el acompañamiento indispensable de toda hermosura, hacían gestos de indiferencia al escuchar los elogios que dedicaban algunos á la niña de Rojas.
Pero ¿qué será del desgraciado lector que mora allá en lejanos paises, y quizas á larga distancia de siglos, y no tiene otro guia que el periódico ú obra que por casualidad encuentra en un gabinete de lectura, ó en una biblioteca, ó que habrá adquirido por haber visto recomendados en alguna parte aquellos escritos, ú oido elogios de quien presumia entenderlo?
Hacía elogios de la hija predilecta, olvidando por completo el incidente de la noche anterior, sin pedir nuevas aclaraciones, librando a Ojeda de la necesidad de mentir, diciéndolo él todo, como si estuviese mejor enterado que nadie por el solo testimonio de Nélida.
Y vengan a Fulanita elogios desmesurados de Menganito, y vayan a Menganito relaciones minuciosas de los primores que Fulanita ejecuta con la aguja y lo económica y hacendosa que es y lo piadosa y lo limpia.
Al entrar en él, un grupo de hombres, entre los que estaba mi tío Ramón, saludó a mi compañera con lisonjas y elogios. Blanca se detuvo. ¡Ah! papá ¿qué haces?... y dirigiéndose a los demás, les estrechó francamente la mano, mientras yo hacía una reverencia.
D. Narciso le clavó una mirada singular, entre irónica y agresiva, que la joven no pudo ver, porque ponía empeño en no mirar cara a cara a su antiguo confesor. El P. Gil hizo un gesto de impaciencia, molestado por aquellos elogios, y para desviar la conversación de su persona, se encaró con uno de los que jugaban al tresillo.
Doña Clorinda, que no te podía ver, por considerarte un frívolo, un vago pernicioso, hace de ti los mayores elogios, á causa del perdón de esa deuda enorme y de tu propósito de ayudar á la duquesa. Dice que eres un caballero digno de otros tiempos, un gran corazón... Miguel encogió los hombros. ¡Lo que le importaba á él la tal doña Clorinda!... Esto exasperó á Castro.
Estos elogios prematuros le perdieron. El artista cuyos límites se perciben pronto encuentra fácil y llano el camino: las puertas se le abren, las bocas le sonríen. Mas ¡ay! aquel cuyo alcance no se mide de golpe eternamente tropezará con la desconfianza y la aversión de sus émulos.
Sin duda, Martholl se alegraría mucho de oírte a juzgar por el efecto que te producen sus elogios; ese joven debe poseer el alma de un gran modisto. ¿Es con intención de despreciarlo como hablas así? Hay ironía en tus palabras... María Teresa no se dignó contestar; Diana calló un instante y repuso, mirando socarronamente a su prima: ¿Quieres que te diga una cosa?
El tiene por indudable que el príncipe va á entrar en el Casino. ¿A qué otro lugar puede ir una persona decente en Monte-Carlo?... Pasa una rápida mirada por su uniforme, admira su rudo aspecto de soldado. He sabido las hazañas de Su Alteza; le preguntaba siempre al coronel... ¡Un héroe! Lubimoff no tiene tiempo para repeler estos elogios. Spadoni pasa á ocuparse de algo más interesante.
Palabra del Dia
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