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Actualizado: 26 de mayo de 2025


Apenas echó pie a tierra, vio a Alcaparrón que vagaba por los alrededores del cortijo, con gestos de loco, como si la exuberancia de su dolor no cupiera bajo los techos. Se muere, señó Rafaé. Lleva ya ocho días de paecer.

Raúl, el encantador que había provocado ese milagro, experimentaba la orgullosa alegría de Pigmalión ante su estatua animada del soplo divino. Al volver al pueblo a la luz de la luna, la viuda, sentada enfrente del notario mientras el cura dormitaba a su lado, no pudo contener la exuberancia de su júbilo. Una hermosa velada, señor Hardoin, y como quisiera que tuviese muchas mi pobre Liette.

En justicia, ¿se le podía reprochar que hiciese partícipes a todos de la exuberancia de su bolsillo y de su corazón? Ninguna mujer compadecía a la duquesa, que, en efecto, no era digna de compasión. El duque evitaba cuidadosamente comprometerse, no se exhibía en público más que con su esposa, y antes hubiera preferido faltar a una partida que enviarla sola al baile.

La flora de Mindanao, como la de todo país tropical, ofrece un aspecto sorprendente, realzado con la exuberancia de vida que le presta la vegetación portentosa, propia de los fértiles y ricos territorios que la sustentan.

Era el cura español que Maltrana le había enseñado varias veces de lejos: un hombrecito moreno, enjuto, vivo en sus movimietos, al que encontraba Fernando cierto aire ágil y garboso de banderillero. Su delgadez hacía más visible la exuberancia de un abdomen puntiagudo que parecía pertenecer a otro cuerpo.

Viéndoles juntos, se observaba extraordinario parecido entre el señor de la Lage y su sobrino carnal: la misma estatura prócer, las mismas proporciones amplias, la misma abundancia de hueso y fibra, la misma barba fuerte y copiosa; pero lo que en el sobrino era armonía de complexión titánica, fortalecida por el aire libre y los ejercicios corporales, en el tío era exuberancia y plétora; condenado a una vida sedentaria, se advertía que le sobraba sangre y carne, de la cual no sabía qué hacer; sin ser lo que se llama obeso, su humanidad se desbordaba por todos lados; cada pie suyo parecía una lancha, cada mano un mazo de carpintero.

Las mujeres desfilaban masculinamente, a grandes zancadas, temiendo la exuberancia adiposa de una digestión inmóvil. Desafiábanse los grupos a quién daría los pasos más largos, y circulaban con una rapidez de fuga entre las ventanas de los salones y los grupos acodados en las barandas.

De vez en cuando, los «pingüinos», parleros y movedizos en sus explosiones de exuberancia, lanzaban una sonrisa amable del lado enemigo, pero la sonrisa quedaba perdida en el espacio o era contestada con leves movimientos de cabeza.

Las rocas y fondos se cubrían de una vegetación que era verde cerca de la superficie y se iba ensombreciendo, hasta llegar al rojo obscuro y al amarillo bronce así como se alejaba de la luz. En este paraíso oceánico, de aguas nutritivas y luminosas cargadas de bacterias y alimentos microscópicos, se desarrollaba la vida con exuberancia.

Este hombre esquelético admiraba con un entusiasmo concentrado, casi religioso, la desbordante exuberancia femenina como signo de salud, buen honor y virtudes domésticas... Pero Montaner, que se consideraba humillado por el silencio en que le dejaban sus compañeros, interrumpió a Manzanares.

Palabra del Dia

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