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Ya que eres un hombrecito que no conoce el miedo respondió Van-Stael . Un día seréis dos valientes y hábiles marinos. Ahora, sobrinos, prosigamos nuestra faena. Es preciso atender cuidadosamente a la preparación del trépang, o estos indolentes chinos nos lo echarían a perder. La chalupa de los pescadores volvía otra vez a la orilla, cargada de moluscos.

Quedó dudando el príncipe ante el hombrecito, que se había puesto de pie, sorprendido y receloso al ver que le hablaba tan alto personaje. ¿Era realmente su voz la que acababa de sonar?... , era su voz, pero él experimentó una inmensa extrañeza, como si fuese otro el que había hablado.

¿Qué le daré á mi hombrecito malo para que sonría un poco?... ¿Qué le haré para que olvide sus malas ideas?... Los perfumes eran su afición dominante. Como ella misma declaraba, podía faltarle que comer, pero nunca las esencias más ricas y costosas.

Efectivamente, á cierta distancia la tomaban por un hombrecito, pues iba vestida siempre con traje masculino, y montaba caballos bravos á estilo varonil. A veces agitaba un lazo sobre su cabeza lo mismo que un peón, persiguiendo alguna yegua ó novillo de la hacienda de su padre, don Carlos Rojas.

Comió Gillespie á mediodía, sin que el profesor Flimnap apareciese sobre su mesa. Varias veces giró su vista en torno, buscando al hombrecito de vestiduras femeniles que tan semejante era á él.

El doctor es perfecto; me trata como si esperase curarme. El marqués es un excelente hombrecito; el viejo Gil me ha rodeado de atenciones. Yo no he querido entristecer a todas esas gentes con el espectáculo de mi agonía y ya ve usted cómo he salido del paso. Tanto peor para los que contaban con mi muerte; tendrán que esperar bastante tiempo.

Lo que no parece por cierto cosa de hombres es esa diversión en que están entretenidos los amigos de Enrique III, que también fue rey de Francia, pero no un rey bravo y generoso como Enrique IV de Navarra, que vino después, sino un hombrecito ridículo, como esos que no piensan más que en peinarse y empolvarse como las mujeres, y en recortarse en pico la barba.

Ellas venden, trabajan, manejan el dinero, y el hombrecito está a sus espaldas sin hacer otra cosa que proporcionar a la razón social su autoridad de macho o guardar el puesto cuando la socia se ausenta. ¡Qué delicia! Así te quisiera yo. ¡Todo lo mío para ti!... Mi chulo rico, déjame soñar. Déjame forjarme ilusiones. No me contradigas. No me gustas cuando te pones tan digno, tan caballeresco.

Era el cura español que Maltrana le había enseñado varias veces de lejos: un hombrecito moreno, enjuto, vivo en sus movimietos, al que encontraba Fernando cierto aire ágil y garboso de banderillero. Su delgadez hacía más visible la exuberancia de un abdomen puntiagudo que parecía pertenecer a otro cuerpo.

San Ignacio ha derrotado á San Bruno. Comenzamos á trepar la alta colina donde tiene su asiento el Albaicin, Servíanos de guia un hombrecito muy pobre, de setenta y dos años, llamado Juán López Salcedo, cuya conversación nos agradaba y divertía mucho.