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A mi pesar tramaba planes abominables, y cada día Magdalena, sin saberlo, hallaba una traición. No estaba yo en condición de ignorar que no hay valor que resista ciertas pruebas, que la virtud más invencible minada a cada instante corre grave riesgo y que de todas las enfermedades la que se pretendía curarme era la más contagiosa.

Todo el mundo se dispersó, comentando la barbarie del acto. Pero el horror que me había producido aquella escena no bastó para curarme del que sentía ante la que se preparaba para , cien veces más cruenta.

Este poema obscuro, estrambótico y repugnante, fue despreciado en su cuna, y yo le trato hoy como le tratáron en su patria sus coetáneos. Por lo demas, yo digo mi dictámen sin curarme de si los demas piensan como yo.

Y la pobre mujer, con los ojos empañados, apenas hallaba voz en su garganta para decirme esto. ¡A buena puerta había llamado yo para curarme de tristezas! Agravadas las que había sacado de mi habitación con el contagio de las de Facia, apartéme de ella con dos fórmulas de consuelo, que para hubiera querido yo, y fuime en derechura a la cocina.

Cuanto más, que yo quiero que sea verdad y ordenanza expresa el pelear los escuderos en tanto que sus señores pelean; pero yo no quiero cumplirla, sino pagar la pena que estuviere puesta a los tales pacíficos escuderos, que yo aseguro que no pase de dos libras de cera, y más quiero pagar las tales libras, que que me costarán menos que las hilas que podré gastar en curarme la cabeza, que ya me la cuento por partida y dividida en dos partes.

Dame esas manos hermosas Por la merced que me haces, Que ansí por satisfaces Obligaciones forzosas. Conozco tu heroico nombre Y entendimiento en querer Enseñarme, aunque mujer, Lo más que debo a ser hombre. Pues es forzoso ir a Alora Y quieres acompañarme, Hasta allá no he de curarme Si no lo mandas, señora.

847 Yo andaba ya desconfiando de la curación maldita, y dije: "Este no me quita la pasión que me domina; pues que viva la gallina, aunque sea con la pepita." 848 Ansí me dejaba andar, hasta que, en una ocasión, el Cura me echó un sermón, para curarme sin duda, diciendo que aquella viuda era hija de confisión.

Has querido curarme de mi ambición desesperada. Duro ha sido el remedio. Como quien con hierro candente quema un cáncer, has curado el que roía mis entrañas. No sólo te perdono, sino que te agradezco la cauterización dolorosa. Mi sed de poder y de gloria se aquietó y sació con satisfacciones soñadas.

Yo me desesperaba: yo tenía celos de un fantasma: yo aborrecía al hombre que Amparo amaba. Ninguna solución me venía al pensamiento bastante a consolarme, ya que no a curarme de mi desesperación. Yo, como todos los desesperados, como todos los vencidos, me hubiera creído feliz con muy poco: con vivir a su lado como su hermano.

La volví a ver una o dos veces aquel verano, con largos intervalos y por breves momentos, cobardemente robados al deber que me imponía huir de ella. Había abrigado el propósito de aprovechar aquel alejamiento, muy oportuno para intentar francamente ser heroico y para curarme. Ya era mucho el resistir a las invitaciones que constantemente nos llegaban de Nièvres.