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Y era precisamente lo que la desesperaba a Laura, esa continua vigilancia, y que no pudieran los dos decirse una palabra sin que ella en seguida les pidiese cuenta. ¡Pobre Zoraida! Tampoco lo hizo por maldad, sino por temor de qué yo.

Sin embargo, a los pocos años de estar en la Habana el muchacho, su mala conducta hizo que le dejaran cesante, y asaetaba a cartas a su madre pidiéndole dinero. La madre, que apenas tenía para y para Pepita, se desesperaba, rabiaba, maldecía de y de su destino con paciencia poco evangélica, y cifraba toda su esperanza en una buena colocación para su hija que la sacase de apuros.

Sólo Sancho Panza se desesperaba con la tardanza del recogimiento, y sólo él se acomodó mejor que todos, echándose sobre los aparejos de su jumento, que le costaron tan caros como adelante se dirá. Recogidas, pues, las damas en su estancia, y los demás acomodádose como menos mal pudieron, don Quijote se salió fuera de la venta a hacer la centinela del castillo, como lo había prometido.

Esta conciencia de la rebelión la desesperaba; quería aplacarla y se irritaba. Sentía cardos en el alma. En tales horas no quería a nadie, no compadecía a nadie. En aquel instante deseaba oír música; no podía haber voz más oportuna.

Ella no quería escucharme; se desesperaba al comprender cuánto podía comprometerla mi entrada en la casa; me pedía llorando que la dejara entregada á su tristeza, á su soledad.

Nada había bastado a quebrantar su resolución ni a cambiar su inveterada conducta de no mezclarse en elecciones ni en política para nada. Don Acisclo rabiaba, se entristecía y se desesperaba de esta terquedad. Con D. Juan Fresco de su lado, su empresa era llana. Sin D. Juan Fresco, a pesar del auxilio del Gobierno, distaba muchísimo de estar asegurada la victoria.

En vano Javier quiso rehabilitarle dando algunas palmadas tardías. El público, animal implacable, le mandó callar. Lázaro tuvo la presencia de espíritu suficiente para contemplar cara á cara aquellas cien bocas que bostezaban. Robespierre se desesperaba en el mostrador con suprema expresión de fastidio. Lo he hecho muy mal dijo tristemente el orador al oído de su amigo.

Iluminó, pues, con ayuda de Reguera, una gran fotografía en que se hallaba representada ella misma con su rico traje de reina japonesa, y encargó dibujos para un marco suntuoso que habían de ejecutar, en oro, plata y pedrería, Marzo y Ansorena. Los dibujos, sin embargo, no la satisfacían; el 30 de abril se acercaba, y apremiada por lo breve del plazo, desesperaba ya de ver realizado su proyecto.

Soñaba yo con el amable Buckingham, que me parecía delicioso con su insolencia, sus hermosos trajes, sus lazos de cintas y su ingenio, y me preguntaba por qué causa se desesperaba Alicia Bridgeworth, de verse en su casa, cuando mi tía me dijo sin preámbulos. ¡Qué fea está usted hoy, Reina! Yo salté en la silla. Aquí tiene le dije pasándole el salero. No pido la sal, tonta.

Panglós se desesperaba, porque no lucia su saber en alguna universidad de Alemania: solo Martin, firmemente convencido de que en todas partes el hombre se encuentra mal, llevaba las cosas en paciencia. Algunas veces disputaban Candido, Martin y Panglós sobre metafísica y moral.