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Actualizado: 8 de mayo de 2025


A pesar de sus ofrecimientos de tratarnos lo mismo que a los demás obreros, el capataz se aprovechaba de nuestra cualidad de indocumentados y presuntos convictos para explotarnos. Yo comprendía que no había manera de librarse de esta explotación. Allen se defendía por ser irlandés; pero Ugarte, que no tenía esta preeminencia, se desesperaba y me molestaba continuamente.

No se quejaba, no acusaba a nadie, no desesperaba por nada. Sin ninguna ilusión tenía la tenacidad de las esperanzas ciegas y lo que en otros habría parecido orgullo, no existía en él más que como sentimiento muy exactamente determinado de su derecho.

Con estas razones de la mala vieja creyeron los más que yo debía de ser algún demonio de los que tienen ojeriza continua con los buenos cristianos, y unos acudieron a echarme agua bendita, otros no osaban llegar a quitarme, otros daban voces que me conjurasen; la vieja gruñía; yo apretaba los dientes; crecía la confusión, y mi amo, que ya había llegado al ruido, se desesperaba, oyendo decir que yo era demonio.

Tal igualdad en la destreza les desesperaba, les enardecía, constituía el verdadero incentivo de su incesante pelear. Mientras ellos batallaban á solas, nuestra vivaracha Flora se veía de nuevo expuesta á los ataques insidiosos de la vieja Rosenda.

Veía siempre aquella mirada, suplicante, humilde, extraviada: me desesperaba por no haber podido decir una palabra de consuelo á aquel desgraciado corazón antes de acabarse su existencia, y gritaba como un loco al que ya no me oía ¡yo te perdono! ¡yo te perdono! ¡Oh! ¡qué instante, Dios mío!

El ventero se desesperaba de ver la flema del escudero y el maleficio del señor, y juraba que no había de ser como la vez pasada, que se le fueron sin pagar; y que ahora no le habían de valer los previlegios de su caballería para dejar de pagar lo uno y lo otro, aun hasta lo que pudiesen costar las botanas que se habían de echar a los rotos cueros.

Pero aun aquella misma niña era ocasión de nuevos y crueles tormentos. No verla a solas sino de tarde en tarde; hallarse obligado a disimular sus sentimientos, a besarla fríamente como los demás, más fríamente que los demás; no poder llamarla hija del corazón, no sentirla gorjear el tierno nombre de padre, le entristecía y en ciertos momentos le desesperaba.

Así mientras duraban estos coloquios, como después al retraerlos a la memoria, Rafaela lo veía todo tan pulcro, tan acicalado y tan moralmente pulido y lustroso, que se desesperaba de sus amistosas relaciones con Arturito como si fuesen fea mancha en medio de tanto resplandor, nitidez y aseo.

El joven se desesperaba, viendo la desproporción grande entre su posición real y la artificial, que se había creado con amistades de chicos pudientes, con la necesidad de vestir bien y sus eternas pretensiones, fomentadas sin cesar por toda la familia. No tenía amor al estudio, porque oía decir constantemente que el estudio de poco aprovecha.

Se desesperaba por encontrar algo que le impidiera pensar en aquellos novios felices, reunidos allá en Pervenche, entre una decoración de flores, de vegetación, de savia calentada por el estío... Y el desgraciado desfallecía de dolor. Como se levantase para ir a la ventana a respirar un poco el aire fresco, golpearon a la puerta. Era un criado que le traía un telegrama.

Palabra del Dia

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