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Febrer quiso mirar el reloj, pero sus manos no obedecían a su voluntad. Ya no brillaba en la sombra la punta rojiza del cigarro. Su cabeza había acabado por caer sobre la almohada; sus ojos se cerraron: oyó gritos de reto, tiros, maldiciones, pero esto fue en un estado anormal, como si viviese en otro mundo, donde los insultos y los ataques no despertaban su sensibilidad.

Los reverberos, encapuchonados á causa de los ataques aéreos, sólo servían, con su breve radio de luz, para dar mayor intensidad á la lobreguez general. Mientras marchaba, acompañó su paso repitiendo las mismas palabras, como si fuesen una letanía: La vida quiere vivir. Los vivos necesitan vivir.... ¡Ay del que muere! Los muertos huyen más aprisa que los vivos.... Todos abandonaban á los muertos.

A esta equivocacion podria dar lugar la forma con que presenta Kant dicho argumento; pero ya hemos visto que esta forma, con premeditacion ó sin ella, está dispuesta del mejor modo para ofrecer puntos flacos á los ataques del filósofo.

No eran sus ataques tan penosos como los de Maximiliano, y generalmente le era fácil anegar el dolor hemicráneo en la onda del sueño. Ya sabía que el cansancio de los viajes consecutivos le producía el ataque, y que este se pasaba en la noche mas no por esto lo llevaba con paciencia. Renegando de su suerte estuvo hasta muy tarde, y al fin descansó con sosegado sueño.

La Marquesa de Vegallana se levantaba más tarde si llovía más; en su lecho blindado contra los más recios ataques del frío, disfrutaba deleites que ella no sabía explicar, leyendo, bien arropada, novelas de viajes al polo, de cazas de osos, y otras que tenían su acción en Rusia o en la Alemania del Norte por lo menos.

El moribundo hizo un esfuerzo para incorporarse, sin conseguirlo... Y Sancho, poniéndose de pie, increpó a Don Quijote: ¿No ve vuestra merced que don Miguel es inválido por carecer de un brazo, y que en este momento se nos muere? Antes le debemos socorro que insultos y ataques. Lo cortés no quita lo valiente, una mano lava la otra y cada oveja con su pareja...

Mesía no se daba prisa. «Aquella casada no era como otras; había que conquistarla como a una virgen; en rigor él era su primer amor y los ataques brutales la hubieran asustado, le hubieran robado mil ilusiones.

Sabía por experiencia la señora de Jáuregui que en los ataques fuertes de su sobrino, Ballester era la única persona que le hacía entrar en razón, desplegando ante él, ya la burla descarada, ya la autoridad seca y hasta cruel.

Y ahora, para concluir, yo también tengo que hacer a V. una pregunta por encargo de mi ama, y claro está que repetiré con la mayor prudencia lo que V. diga. Vamos a ver: ¿cuál es el verdadero estado de la señorita Clotilde? Hoy por hoy, gravísimo. Creo, sin embargo, que de esa crisis saldremos adelante; pero de las que vengan luego no respondo; en uno de esos ataques tiene que quedarse.

Repetíanse con frecuencia los ataques de eclampsia, y en uno de ellos podía morir. Bastaba que la respiración se retardase algunos segundos al quedar su organismo contraído por las convulsiones, para que sobreviniese la asfixia. Y , ¿por qué no vas a verla? preguntó el doctor. ¡Para qué! exclamó el bohemio . Sufro mucho; me falta el valor para volver.