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El Gobierno, a quien se comunicó el hecho, mandó una comisión encargada de descifrar el jeroglífico, que se decía contener desahogos innobles, insultos y amenazas. Oída la traducción, «¡y bien! dijeron , ¿qué significa esto?»...

Poco á poco, Germán, exclamó entonces un escudero de rudas facciones, cuyo robusto cuello y anchos hombros revelaban su fuerza. Tomáis los insultos de esta gente con asombrosa calma, y yo no estoy dispuesto á que me llamen parlanchín sin más ni más. El barón de Morel ha dado pruebas repetidas de lo que puede y vale, pero ¿quién conoce á estos caballeritos?

¡Todo falso! dijo con voz sorda . No te creo, no te creeré nunca... Cada vez que nos vemos me cuentas una nueva historia... ¿Quién eres? ¿Cuándo dirás la verdad, toda la verdad de una vez?... ¡Embustera! Ella, insensible á los insultos, siguió hablando de su porvenir angustiosamente, como si se viese rodeada de misteriosos peligros.

¡Váyase usted a paseo, señor Fraigerundio de hospital! ¡El embustero será usted! ¡Pues hombre! bonita manía saca el señor doctor; hacérsenos el sabio ahora. A la vejez viruelas. Menos insultos y más hechos. Menos botarga y más sentido común....

no te metas en lo que no te importa, ¡animal! El irlandés prorrumpió en insultos, y yo impedí que se lanzara sobre ligarte. La última noche que pasamos en casa de Sandow, yo escribí una larga carta a Ana. Dormíamos los tres huéspedes del capitán en la biblioteca; Ugarte y Allen se habían tendido en sus camastros, pero estaban despiertos.

No obstante el desprecio con que se trató mi propuesta, los continuados insultos y robos de los indios, obligaron al Señor Virey á determinar las expediciones que han salido de Córdoba, Mendoza y esta capital; pero no del Rio Negro, que es el parage mas inmediato á ellos. La causa no soy capaz de comprender aunque me mucha márgen la oposicion de los establecimientos.

Y así, mientras que la madre y los dos hijos mayores hablaban amistados y serenos, Julio descansaba desfallecido, ella oía, siempre horrorizada, el eco de las blasfemias y de los insultos, de los golpes y las amenazas que se habían alzado entre la madre y los hijos, apenas hacía una hora, y tantas veces y en tantos años.... Era una casa temerosa la de Rucanto.

Don Luis, cuando iba a ser clérigo, estuvo en su papel no defendiendo a Pepita de los groseros insultos del conde de Genazahar, sino con discursos morales, y no tomando venganza de la mofa y desprecio con que tales discursos fueron oídos.

Esto lastimó el amor propio de Olmedo más que si su amigo le hubiera llenado de insultos, porque todo lo llevaba con paciencia menos que se le rebajase un pelo de la graduación de perdis que se había dado. Le supo tan mal la indulgencia de Rubín, que salió tras él hasta la puerta, diciéndole entre otras tonterías: «¡Valiente hipócrita estás ... narices! Estos silfidones, a lo mejor la pegan».

Y se bebió de un golpe la copa que le ofrecía la tabernera. Desde el camino, un grupo de chicuelos que venía siguiéndole mirábalo a distancia, lanzándole insultos. ¡Coleta!... ¡Tío del gabán! ¡Borracho!