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Ya era raro el día en que Ramiro no pasaba algunas horas con Aixa. A veces, junto a ella, sentíase sobresaltado por una onda de tribulación, que le arrugaba el sobrecejo y fijaba sus pupilas.

El grande hombre vaciló un momento, atolondrado por la onda de carne femenil que caía sobre él, por el perfume incitante que le envolvía, por los labios suaves que buscaban los suyos, enredando la barba en los dientes de láctea blancura. Pero fué la debilidad de un instante, que pasó como una ráfaga.

Así, lo mismo fue presentársele la idea religiosa, que tenderse hacia ella y cubrirla toda con impetuosa y fresca onda. ¡La religión, qué cosa tan buena!... ¡Y él, tan torpe, que no había caído en ello! No era torpeza sino distracción. Es que andaba muy distraído. Y su manceba, que más bien era ya novia, se le apareció entonces con aureola resplandeciente y se revistió de ideales atributos.

Pero, con gozo, vino a convencerse de que el ambulario mozo se había sumido de nuevo en la aventura de su vida errante, sin dejar en el camino otra huella que la que deja un ave en el espacio con sus alas, o en el mar una onda con sus espumas.... Tampoco de Andrés había en Rucanto más que remotas nuevas en aquella temporada.

El tiempo fue pasando por él como la onda sobre el lecho del río, haciendo la superficie más tranquila, pero agitando el fondo y profundizando el cauce. Es imposible pintar la invasión lenta y gradual que hicieron en su alma las cosas y los errores mundanos.

Arreció la lluvia, y el absorbedero deglutaba ya una onda gruesa que hacía gargarismos y bascas al chocar con las paredes de aquel gaznate... Jacinta echó a correr hacia la casa y subió. Los nervios se le pusieron tan alborotados y el corazón tan oprimido, que sus suegros y su marido la creyeron enferma; y sufrió toda la noche la molestia indecible de oír constantemente el miiii del absorbedero.

¡El vértigo! luégo nada; insensible, muda, inerte, un letargo que á la muerte se pudiera comparar, la domina, y cuando vuelve en , con asombro toca un dentellon de la roca, á donde la echó la mar. El sol brilla en el Oriente, y la azul onda serena se rompe en la blanca arena con dulce cadente són; y graznan las gaviotas, sus blancas alas mojando, la abrupta base rozando del solitario peñon.

El P. Gil meditaba esto, apoyado en la baranda de un corredor enrejado que su habitación tenía sobre el mar. El sol declinaba entre celajes carmesíes, envolviendo en una onda de luz tibia y rojiza el pueblo y la rada. El lienzo de rocas que la cierra allá enfrente alzaba su masa enorme sobre las aguas, proyectando ya una vasta región de sombra.

Y, lanzando por la boca una onda negrusca, desplomose. Sus brazos y sus piernas se sacudieron un instante; y su cabeza, sin vida, se dobló, se acostó de lado, sobre la piedra. Al mirar extendido a sus plantas el cuerpo exánime de su rival, Ramiro elevó una oración jaculatoria a la Virgen de la Soterraña. ¡Estaba vengado!

Ocupados de aquella suerte disfrutaban la dicha de olvidar, de borrar los años transcurridos volviendo á la edad de la niñez. Roma ingrata, Cartago destruida, sus patrias respectivas, poco, muy poco pesaban á su conciencia, no dejando ninguna traza en su corazón, como no la deja el rizo de la onda.