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Y de aquí tomó ocasión el vulgo ignorante y mal intencionado de decir y pensar que ella era su manceba; y mienten, digo otra vez, y mentirán otras docientas, todos los que tal pensaren y dijeren. -Ni yo lo digo ni lo pienso -respondió Sancho-: allá se lo hayan; con su pan se lo coman. Si fueron amancebados, o no, a Dios habrán dado la cuenta.

Por fin, olvidando por completo la investigación que tenía que realizar, destemplado por el amor, relajado por la molicie, Ramiro fue aceptando, insensiblemente, todos los refinamientos que constituían la vida habitual de su manceba.

Y si a pesar de esto surge el mestizo, no lo reconocen. El conquistador dijo Maltrana , aconsejado por el sacerdote, creyó vivir en pecado mortal si no se casaba con la madre de sus hijos, y a veces la manceba india, por obra de las hazañas de su marido, llegaba a ser doña Inés, doña Luz o doña Violante con escudo nobiliario y gobernación de tierras.

Ortiz de Pinedo, viene a caer fatalmente en este horrible dilema: o suicidarse, o ser la manceba del torero Severiano, alias el Zuncho.

Esté vuesa merced atento, y verá cómo á la media noche entran algunos en su casa por el postigo. Guarde Dios á vuesa merced.» ¡Oh! ¡oh! ¡oh! exclamó el alcalde ; ¡asesinato de hombre casa de la querida del duque de Uceda, y á manos del cocinero mayor de su majestad! Este tal cocinero es muy rico, y el duque podrá ser que se interese harto por su manceba. ¡Oh! ¡oh! ¡oh!

¡Ah! dijo el bufón. ¡Oh! dijo Quevedo. Pasad, caballero, pasad dijo Dorotea ya perfectamente serena. Juan Montiño entró en la alcoba, enteramente repuesto ya de su sorpresa. ¿En qué nido le habéis encontrado, amigo Manolillo? dijo Quevedo. En el nido de una corneja. ¿Y dónde tiene esa corneja su nido? Es la manceba vieja de un tal Cornejo, galeote huído que anda haciendo milagros en la corte.

Todos sus desórdenes y malas andanzas son de escalera abajo. Lo singular del tipo está en su absoluta carencia de idealismo. Todo es vulgar en torno suyo: sus amigos, su criada, su manceba. Y así debía ser para que el libro surtiese el efecto que el señor Pereda se propuso.

Acordose de la mirada tan profunda, tan extraña, que su antigua manceba le había dirigido ante el Tribunal de la Inquisición, al ser arrastrada de nuevo a la tortura, y pensó en algún terrible aojamiento, cuya influencia pudiera prolongarse durante todo el resto de su vida.

De lo demás.... Arréglese usted como quiera.... Lleva usted plenos poderes. ¡Ya lo creo que los llevaba! ¡Así llevase también alguna receta eficaz para servirse de ellos! Investido de autoridad omnímoda, Julián sentía en el fondo del alma una especie de compasión por la desvergonzada manceba y el hijo espurio.

Casi no hay novela histórica sin cierta ineludible falta de armonía que el autor debe hacer que se perdone o se disimule, logrando así el triunfo. En el Quo vadis? la falta es patente, pero subsanada o remediada con arte y talento. Hay dos acciones. La principal es la que menos importa: un caballero, prendado de una muchacha virtuosa y cristiana, se vale de malos medios para hacerla su manceba.