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Vuestra Majestad, respondió Don Juan, no he querido matar el jabalí; he querido traerlo vivo al palacio; pero esos soldados lo han matado cobardemente. Eres muy valiente, Don Juan, y mereces por esposa la 50 princesa mi hija. Le dieron un cuarto en el palacio y después de algunos días se celebraron las bodas. La princesa no sabía que se casaba con un pobre zapatero.

Casaba, al fin, á su hijo con la riquísima heredera de los Gomez, y gracias al dinero que Simoun le había prestado, había alhajado regiamente aquella gran casa, comprada en la mitad de su valor, daba en ella una espléndida fiesta, y las primeras divinidades de Olimpo manileño iban á ser sus huéspedes, para dorarle con la luz de su prestigio.

De esta chica se enamoraba un forastero, ignorante de todo lo que pasaba y había pasado en aquella familia; el forastero era guapo mozo, muy honrado y sumamente noble y sencillo de carácter, por todo lo cual la chica llegaba a quererle con todo su corazón... Y aquí entraba la dificultad que había sumido al autor en grandes dudas. ¿Qué hacía con la pareja de enamorados? ¿Conservaba al novio en su ignorancia y los casaba, exponiéndole por toda su vida a la conmiseración ultrajante del público, que estaba en autos, cuando no a más graves peligros si la cabra tiraba al monte a lo mejor? ¿Le enteraba de todo?

Aquellos anales dicen que los habitantes de las islas manifestaban gran soberbia y vanidad en la nobleza, de tal modo, que no se casaba por nada del mundo el hijo del noble con la plebeya. En otro lugar añade, que los chamorris tenían mayorazgos de cocales, plátanos y otros árboles.

No me acuerdo dijo el misántropo con todas las apariencias de un estúpido. Este hombre indicó Jacinta , cuando tocan a olvidarse, no hay quien le gane. Me dijo usted que se casaba si yo me comprometía a buscarle la novia... ¡Ah!... Pues no; me desdigo, recojo la proposición. Si ha empezado usted sus trabajos, delos por inútiles. Pagaré indemnización, si es preciso.

Permanecieron encaramadas en la escalera un día entero las dos hembras, siendo la causa de aquel castigo el hecho siguiente: Una de las mujeres tenía grandes ansias por cobrar un dote de 100 ducados que le correspondía si se casaba, mas ella no demostraba ninguna afición al casamiento, y muy grande al dinero y á una su íntima amiga, con la cual convino un ingenioso plan que, al ser malogrado, la puso en aquella triste situación.

La escasez de dinero que lo amenazaba, lo hizo pensar en la desagradable vida que pasaría si, en el curso de su existencia, se viese obligado a imaginar sin cesar combinaciones financieras, a fin de vivir decentemente. ¡Gran Dios! qué dificultades tendría, si no se casaba con una mujer rica.

Era de Reynoso; se informaba de su salud, de la de su madre y amigos de la casa, le hablaba en tono jocoso de su viaje, de su vida en aquellas soledades; por último, antes de despedirse le decía que había llegado a sus oídos por medio de un paisano recién desembarcado que se casaba. Le daba la enhorabuena y lo mismo a su mamá y le deseaba toda suerte de felicidades. Elena tuvo una inspiración.

El recibimiento que me hizo Mary borró todas mis inquietudes. Salí de casa de Recalde loco de contento. Al llegar a mi casa le dije a mi madre que me casaba con Mary; ella no replicó; mas al día siguiente me dijo que Mary era una buena muchacha, pero que podía haber hecho una boda mejor. Yo le advertí alegremente que no se trataba de hacer una buena boda, sino de ser feliz.

Se casaba con Pepita y todos parecían satisfechos de tal matrimonio: la niña, la madre y el Padre Paulí. El millonario callaba, como si estando contentos los demás no necesitasen consultar sus deseos. Urquiola iba ya por el escritorio y daba órdenes imperativamente á los empleados.