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Actualizado: 12 de julio de 2025


A lo que respondió el estudiante bachiller, o licenciado, como le llamó don Quijote, que: -De todo no me queda más que decir sino que desde el punto que Basilio supo que la hermosa Quiteria se casaba con Camacho el rico, nunca más le han visto reír ni hablar razón concertada, y siempre anda pensativo y triste, hablando entre mismo, con que da ciertas y claras señales de que se le ha vuelto el juicio: come poco y duerme poco, y lo que come son frutas, y en lo que duerme, si duerme, es en el campo, sobre la dura tierra, como animal bruto; mira de cuando en cuando al cielo, y otras veces clava los ojos en la tierra, con tal embelesamiento, que no parece sino estatua vestida que el aire le mueve la ropa.

A su lado estaba otra figurilla menuda de hombre que la tenía cogida de la mano. El obispo les estaba echando la bendición. ¡Más cuál sería su asombro cuando aquel hombrecillo dio la vuelta! ¡Qué Jesucristo ni qué calabazas! El que se casaba con María era ni más ni menos que Manolito López, aquel chiquillo tan insolente y antipático.

No se cansaba de pesar los inconvenientes de la unión con su sobrina, que no eran pocos ni leves. Pero como al mismo tiempo la pasión le espoleaba y los celos tanto le roían, a veces aquéllos le parecían nada, y decidía en un punto su matrimonio. En una misma hora se casaba y se descasaba varias veces.

En su casa lo esperaba una tarjeta de Lidia: "Idolatrado Octavio: Mi desesperación no puede ser más grande, pero mamá ha visto que si me casaba con usted me estaban reservados grandes dolores, he comprendido como ella que lo mejor era separarnos y le jura no olvidarlo nunca tu Lidia."

Media hora después llegaban a la estación en que dejaban el tren para tomar a pie la carretera que los conducía a las marismas de Palomares. Don Víctor despertó asustado, gracias a un golpe que le dio en el hombro Frígilis. Había soñado mil disparates inconexos; él mismo, vestido de canónigo con traje de coro, casaba en la iglesia parroquial del Vivero a don Álvaro y a la Regenta.

Dijo que le iba a romper la cabeza: que él era quien inducía a su hermano para que la maltratara; que buena boda iba a hacer si se casaba con aquel avaro que la mataría de hambre: que más le valía casarse con un aldeano y cuidar cabras en el monte, etc., etc.; un montón de razones proferidas con extraordinaria violencia.

En materia de trabajo nuestras abuelas eran la romana del diablo, y cuando un hombre se casaba encontraba en la conjunta, no sólo la costilla complementaria de su individuo, sino un socio mercantil que le ahorraba el gasto de dependientes.

Palabra del Dia

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