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Actualizado: 2 de septiembre de 2024
Después de dar la última mano de gato a sus cabellos, Manolito salía siempre en la amable compañía de sus botas charoladas a pasear por delante de la casa de Elorza, y calle arriba, calle abajo, allí se estaba todo el tiempo que le permitían sus ocupaciones y alguna parte también del que le prohibían.
Nunca habrás visto a Manolito, ni a Paquito, ni al baroncito, ni al vizconde, ni a Mesía, que no es noble, pero anda con ellos, propasarse en lo más mínimo.... Pero en el trato íntimo, el que no es más que de la clase, ya es otra cosa. Otra cosa muy distinta dijo doña Anuncia, comprendiendo que a ella, por mayor en edad, le tocaba seguir explicando el ten con ten.
Los balcones de la casa permanecían por regla general herméticamente cerrados, pero Manolito, a juzgar por el gracioso contoneo que adoptaba al cruzar por delante, debía de sospechar que unos ojos fijos y enamorados le estaban siempre observando por detrás de las rendijas.
Tratábanle con cierta protección entre burlona y benévola; pero se abstenían, si no es muy embozadamente y con precauciones, de bromearle con su ex-querida, porque alguna vez que se propasaron, Manolito fué víctima de ataques de cólera muy semejantes a la locura. Tenía poco más de treinta años; estaba calvo, la tez y los labios marchitos, los ojos apagados.
El perdulario vaciló un instante, pero al fin se decidió a prestarle aquel servicio, contando sacar de él buen partido. La herida fué conducida a la casa de socorro en el coche de Pepe Castro, acompañada por León y un guardia. Amparo fué al Gobierno civil en su propio carruaje, con el inspector y Manolito Dávalos, que se lo pidió a éste por favor con lágrimas en los ojos.
Vamos, no te guasees, que tengo hoy muy mala sangre dijo la Amparo, escamada y presta otra vez a enfurecerse. No es broma, y la prueba de ello es que voy a pagártela en el acto. Pero mucho ojo con que vuelva por aquí Manolito Dávalos, porque no vuelves tú a ver el color de mis billetes.
A las causas generales que marchitan y secan en flor semejantes inclinaciones, debe agregarse en este caso la poca conformidad de los caracteres. Manolito, si bien de rostro expresivo y hasta hermoso, era travieso, ruidoso, pendenciero e insolente. Una buena cualidad se reconocía en él: la de no ser rencoroso. Marta era apacible, callada, firme, circunspecta y reservada.
Mientras pasaban estas evoluciones, Anís preguntaba al niño: Manolito, ¿cuántos dioses hay? Y el chiquillo levantaba los tres dedos. No decía Anís, levantando un dedo solo : no hay más que uno, uno, uno. Y el otro persistía en tener los tres dedos levantados. Mae abuela gritó Anís ofuscado . El niño dice que hay tres dioses.
No, todavía no.» Final, el mismo de la primera vez. El coche se para, Manolito, que va en el pescante, se quita respetuosamente el sombrero. Cristeta coge al niño, lo sienta, sube y desaparece sin que don Juan pueda sorprender una mirada de reojo, ni el más leve indicio de curiosidad.
Son unas botas de don Manolito Cuevas; para un arreglo. Pues no se las arregles si no las paga por adelantado; es un hambrón, que no tiene ni para sardinas rezongó Xuantipa, recobrando su habitual rostro torvo, de Euménide . ¿Cuántos pares te debe? Belarmino no se acordaba con precisión. Lo mismo podían ser quince, que veinte, que veinticinco pares.
Palabra del Dia
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