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Pero, ¿cómo se lo decía a la irritable Xuantipa, sin suscitar una escena ominosa, y en presencia del señor Colignon? Dos o tres pares dijo, al fin, Belarmino. ¿No sabes si son dos o tres? preguntó Xuantipa, irguiéndose rápida y enderezando las sierpes de sus ojos hacia el anonadado Belarmino. Lo tengo apuntado. ¿En dónde? A ver, a ver... exigió Xuantipa, alargando el brazo amenazador.

¿Ehhh...? preguntó alarmadísimo el señor Bellido, estirando el pescuezo y asomando las pupilas por encima de las cuadradas antiparras. ¿Cómo que no? ¿Pues no acabamos de hablar mano a mano y como Cristo nos enseña? terció, sofocada, Xuantipa. Yo prefiero no mezclar a mi amigo, el señor Coliñón, en estos asuntos dijo Belarmino.

Como filósofo catecúmeno, Belarmino empleaba algunos términos a los cuales daba valor místico, y cuyo contenido no hubiera acertado jamás a elucidar satisfactoriamente. Por fortuna, el señor Colignon olvidó llevar sus pesquisas hasta la bilateralidad de la zapatería. El francés y el español prosiguieron la cháchara, muy al mutuo sabor, hasta que se presentó Xuantipa.

El Padre Alesón llamó a Xuantipa a solas, la hizo sentarse, e inclinándose sobre ella, para amedrentarla por la masa y como si fuese a anonadarla, le dijo: Mujer infernal, está usted condenada sin remisión. No le ha bastado a usted martirizar sin piedad a su marido. Ahora ha precipitado usted en el abismo a una criatura inocente. ¡Gócese usted en su alegría satánica!

Los chicuelos les seguían, a distancia prudente, canturreando: Hoy a la Xuantipa le duele la tripa. Monxú Codorniú, lo pagarás . La Xuantipa les arrojaba guijarros. Desparramábanse los pilletes, pero volvían a poco con la cantata. Belarmino caminaba con talante digno y admirable. Así llegaron a la zapatería. En la zapatería aguardaba a Belarmino un caballerete.

La zapatera consorte se dirigió al señor Colignon con extremada cortesía y miramiento. Estas civiles afectaciones no se producían en Xuantipa sino en coyunturas extraordinarias y con razón suficiente.

Pero no me chupo el dedo.... ¡A me la va a dar ese babayo!... rugió Xuantipa con voz ronca y ojos áridos y contraídos, que se esforzaban inútilmente en exprimir algunas lágrimas . Pero se ha acabao, se ha acabao y se ha acabao.

Para que su gran delito le sea perdonado, tendrá usted que hacer firmísimo propósito de enmienda y prometerme que nunca, nunca, con ningún motivo, dirá usted a Belarmino una palabra desabrida ni le mentará la hija, más que hija, aunque no lo sea de la carne que usted le ha hecho perder. Xuantipa salió, en efecto, anonadada, con el espanto metido en el cuerpo para lo que le restaba de vida.

El único signo de sus menesteres profesionales era un delantal de piel, que llevaba arrollado bajo el chaleco, habiendo dejado por descuido un ángulo fuera, al modo de mandil masónico. Existía notoria incongruencia entre Belarmino y su mujer. Xuantipa zamarreó a Belarmino y le arrastró por las solapas hacia fuera.

Era Xuantipa, la mujer legítima del agudo, elocuente y fogoso zapatero. El nombre Xuantipa provenía, por contracción, de Xuana la Tipa, alias o apéndice adquirido por herencia paterna.