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Un trueno que retumbó sobre Vetusta sirvió de acompañamiento a la cólera del canónigo. «¡Eso! ¡eso! rugió mientras abría la portezuela y se apeaba frente a su casa . ¡Esto sólo se arregla con rayos!». Y entró en su casa después de pagar al cochero. Los rayos que quería le esperaban arriba dispuestos a estallar sobre su cabeza.

Belarmino creyó estar soñando. ¿Era aquélla la voz de un ángel acatarrado? ¿No hay cristiano o alma humana en este recinto? volvió a hablar la voz de flautín, sonando siempre al nivel del cielo raso. Oyéronse a continuación unas palmadas retumbantes, como el tableteo de un trueno. Belarmino, ¿estás ahí? rugió Xuantipa, desde las habitaciones interiores.

Pero no me chupo el dedo.... ¡A me la va a dar ese babayo!... rugió Xuantipa con voz ronca y ojos áridos y contraídos, que se esforzaban inútilmente en exprimir algunas lágrimas . Pero se ha acabao, se ha acabao y se ha acabao.

En aquel momento un hercúleo campesino lanzó contra él enorme piedra, que le dió de lleno en la cabeza y lo tendió sin sentido á los pies del barón. ¡Esta es para la mejor llave! rugió Tristán; y levantando la pesada roca la lanzó á su vez con irresistible fuerza contra la puerta de la torre.

La giganta rugió como una leona, levantose, hubo formidable choque de cuerpos y cruzamiento horrible de brazos tiesos. Se balancearon, se oyó un doble gemido y un estertor siniestro, señal de violentos esfuerzos. Pero la gigantona logró desasirse, blandió sus fornidos brazos, echó un temporal por su nariz, y rápida como el pensamiento, dio un salto, dos, tres.

Don Víctor rugió al gritar: ¡Dios mío! ¿qué es esto? ¿esto más? ¿El mundo dice?... ¿Vetusta entera habla?... Y se clavaba las uñas en la cabeza, mesándose las canas.

¡Celso! rugió aquí don Pedro Nolasco, dando patadas en el borde de la meseta en que apoyaba los pies, calzados con zapatillas de cintos negros, lo mismo que el señor Cura y que mi tío. Y entonces me fijé yo en que debajo de las zapatillas calzaba medias alagartadas, verdes, con grandes pintas negras.

¡Oiga usted, grosero, sucio, cínico, desorejado! rugió D. Peregrín cogiendo por el cuello al contrahecho y sacudiéndole con rabia. Acto continuo le vuelvo a usted, y con estas botas gordas que usted ve aquí le doy a usted dos puntapiés en el trasero. El físico de D. Peregrín no era a propósito para infundir terror pánico en el corazón de sus enemigos.

Su alta estatura, su ademán de indignación suprema, la asemejaran a bello mármol antiguo, si la bata de merino negro no borrase la clásica semejanza. Don Ignacio balbucía la leonesa usted se engaña, se engaña.... Yo no le quiero a usted... es decir, de ese modo, no, nunca. Atrévete a jurarlo rugió él. No... no, me basta decirlo replicó Lucía con creciente firmeza . Eso no.

Después alzó el puño en dirección de su verdugo, y rugió: ¡Te conozco, maldito cerdo gascón, y algún día la pagarás! ¡Malhaya el en que dejaste tu pocilga de Rochecourt para pisar la tierra inglesa! ¡Así te vea yo descuartizado y muertos de hambre á tu mujer y á tus hijos! Tened la lengua, buen hombre, dijo Roger; aunque cobarde fué el golpe y capaz de encender en ira al más humilde.