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Actualizado: 17 de junio de 2025
Los dos barcos estaban á cincuenta metros el uno del otro y entre ellos los nadadores, tan próximos á ser presos por sus verdugos como recogidos por sus salvadores. ¡Alto! rugió de nuevo el vigilante, ú os echo á pique. ¡Pasad por encima! exclamó Marenval, que se inclinó en la proa, como para dar más autoridad á su orden. ¡Gahead! gritó el timonel.
Y yo digo que si Su Santidad me mandase meter una cuarta de bayoneta por el ombligo a ese condestable, tenga usted por seguro que le metía dos. No. ¿Cómo no? rugió el capellán poniéndose carmesí. Porque el condestable ha muerto hace tres siglos. Me alegro. Tres siglos hace que arde en los infiernos.
El bandido rugió como una fiera, acercósele amenazante el otro con la maza en alto y los espectadores de aquella escena los contemplaron algún tiempo en silencio, alejándose después por el camino que llevaba la columna.
¡No necesito dar más explicaciones que ésta! dijo don Simón, empujándole hasta la escalera y cerrando en seguida la puerta. Arturo, al verse tratado así, rugió de ira; y no sabiendo qué partido tomar en momentos tan críticos, satisfízose, por de pronto, con arrimar la boca al ventanillo y gritar con todas sus fuerzas: ¡Estúpido!... ¡Tiembla por ti!
Es preciso que alguien dirija y que los demás sigan, por voluntad, por consentimiento... pero que sigan. Cuando llega la guerra se ven las cosas de distinto modo que cuando uno está en su casa haciendo lo que quiere. La noche que asesinaron á Jaurés rugió de cólera, anunciando que la mañana siguiente sería de venganza.
¡Abominaciones! interrumpí escandalizada; ¿qué señor cura, os parece abominable que Francisco I fuese generoso y amase a las mujeres? ¿Que vos no las amáis? ¿Que dice? rugió mi tía, que habiéndome escuchado atentamente desde hacía unos instantes, sacó de mi pregunta los pronósticos más desastrosos. ¡Desfachatada! sin...
Sin embargo, no va del todo descaminado el capitán gascón, dijo tímidamente un arquero de torva mirada. ¡Tú has sido siempre un cobarde y un traidor, Marcos! rugió Simón enseñándole el puño. Haya paz, dijo el barón con voz tranquila. Los que prefieran servir al señor de Latour, libres son de seguirle. Los demás, conmigo á donde nos llaman el deber y el patriotismo.
¡Pero eso no puede ser! rugió de nuevo don Mariano deteniendo a su hija . ¡Este hombre está loco o viene equivocado! ¿Está usted dispuesta a seguirme? preguntó el comisario a la joven. Sí, señor contestó ésta con firmeza. Pues vamos. Don Mariano se llevó las manos al rostro y exclamó con un grito de dolor: ¡Hija mía de mi alma! ¿Qué has hecho?
El Hakem, sobre todo, fue para ella fatal: creó con objeto de oprimir á sus súbditos una milicia permanente, recargó de una manera escesiva los tributos, y sublevó contra sí los ánimos del pueblo. Irritado este, se arrojó á la calle y desahogó su ira contra los recaudadores. Súpolo el Hakem, rugió de cólera, y mandó empalar públicamente en una de las orillas del rio á diez de los rebeldes.
Los pastores del rebaño monstruoso, el chauffeur y sus ayudantes, habían partido también para incorporarse al ejército. Todos se marchaban. Finalmente, sólo quedarían él y su hijo: dos inutilidades. Rugió al enterarse de la entrada de los enemigos en Bélgica, considerando este suceso la traición más inaudita de la Historia.
Palabra del Dia
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