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Fué causa, segun dicen, esta muerte Tan fuera de razon, contra justicia, Del funesto suceso, horrible, y fuerte Del infeliz D. Pedro y su milicia. Que echada esta envidiosa y cruda suerte Con tanta cobardía y gran malicia, Comenzò

306 Pero, amigo, el comendante que mandaba la milicia, como que no desperdicia se fue refalando a casa; yo le conocí en la traza que el hombre traiba malicia. 307

Pero la humanidad no sólo tiene la vida material; tiene en el pecho arraigada la cepa más perenne de otra vida; la vida del Derecho. De ahí esa benemérita milicia de paladines que en tranquila guerra luchan para afirmar sobre la tierra el reinado final de la Justicia!

En lo ordinario, no exigiéndose uniformidad en los trajes de la milicia de mar y tierra, vino á ser distintivo de mareante el bonete rojo, como de soldado lo era el coleto de ante.

Examinemos, no obstante, con una escrupulosa atención lo que esa sagrada milicia pueda tener de chocante para los sabios de nuestro siglo, y por qué crímenes los humildes cenobitas se han atraído esa animadversión furiosa, única en los anales del fanatismo.

Luego, esta dinastía de soldados del mar, al retirarse de la navegación comercial, había rendido tributo de sangre a la seguridad de los reinos cristianos y a la fe católica haciendo ingresar una parte de sus hijos en la santa milicia de los caballeros de Malta.

La gente, recordando los tiempos en que arrastraba el fusil de la milicia popular, le apodó el Nacional. Hablaba de la profesión taurina con cierto remordimiento, a pesar de los años transcurridos, y se excusaba de pertenecer a ella.

Pero, como usasen mal de esta licencia, en tiempos de Tiberio César salieron espulsados de la ciudad, i de ellos levantaron los cónsules cuatro mil soldados para enviar á Cerdeña. I los que por su religion ó por otras causas se negaron á entrar en la milicia, contradiciendo las órdenes rigorosas del emperador, fueron castigados con la muerte.

En política hizo gran papel D. Pedro por ser uno de los corifeos de la Milicia Nacional, y era tan sensato, que la única vez que se sublevó lo hizo al grito mágico de ¡Viva Isabel II! Falleció aquel bendito, y doña Lupe se hubiera muerto también si el dolor matara.

Se interrumpió doña Zobeida, mirando con timidez a Maltrana, como si temiese ofenderlo con sus aclaraciones. Usted que sabe tanto habrá comprendido que este alférez era un gran personaje, y que le llamaban así no porque fuese de milicia, sino porque siempre que había nacimiento o casamiento de reyes, él era el que sacaba el pendón del monarca como alférez real y daba el primer viva.