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1 Y en el año quince del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconite, y Lisanias tetrarca de Abilinia, 2 siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.

Porque no era necesario para ello llegar hasta el sacrilegio, que tanto la había aterrado siempre y la seguía aterrando; dispuesta estaba ella a lo que creía únicamente necesario para confesarse bien: acusarse de todos sus pecados y enumerar todos sus extravíos... ¿Qué le importaba a ella que el padre Cifuentes supiese lo que hasta en los mismos periódicos se había publicado y había leído ella sin sonrojarse?... ¡Si hubiera algún sacrificio que hacer, si hubiera algo que cortar, sería entonces otra cosa; pero la muerte, el puñal de un asesino, se había encargado de sacrificar, se había encargado de romper; y ya no le quedaba a ella nada, nada, sino aquella herida en el corazón y aquel despecho en el alma!... Y ante aquellas dos ideas que la exasperaban, Jacobo muerto y ella caída de su pedestal, sentía hervir su sangre de dolor y de ira, y parecíale lo primero el crimen más nefando que se había cometido en el universo, y juzgaba lo segundo el acto de tiranía más atroz que pudiera atribuirse a Nerón, a Tiberio o a Busiris.

Cuenta Sarmiento cómo don Pedro de Angelis, cortesano de Rosas, mostrábalo furtivamente el volumen a sus íntimos «con la cautelosa precaución del peligro de los Seyanos en la corte de Tiberio» , diciéndoles: «Esto se mueve, es la Pampa; el pasto hace ondas agitado por el aire; se siente el olor de las yerbas amargas...» . Por eso lo tradujeron a diversos idiomas, para dar a otras gentes la visión de nuestra vida pampeana y mostrar en la raíz del desierto el germen de nuestras luchas.

«Ahora, las piezas de artillería se dijo ya no son «la última razón de los reyes», pero lo son de los pueblos. Hemos adelantado pocoTodos estos cañones verdes tenían su nombre propio, lo mismo que un buque ó un regimiento. Uno se llamaba Nerón, otro Tiberio; más allá abrían su redonda boca el Robusto y el Roncador.

Alborotáronse dos o tres curas; y el cacique Barbacana, con suma gravedad, volviendo hacia Juncal su barba florida y luenga, díjole desdeñosamente una verdad como un templo: que «muchos hablaban de lo que no entendían», a lo cual el médico replicó, vertiendo bilis por ojos y labios, «que pronto iba a llegar el día de la gran barredura, que luego se armaría el tiberio del siglo, y que los neos irían a contarlo a casa de su padre Judas Iscariote».

Y la iglesia de San Estéban, así como la basílica del hijo de Clovis, habia sucedido á un templo pagano, levantado á Júpiter durante el reinado de Tiberio. Mucho despues, á mediados del siglo XII, un hombre ilustre, un oscuro hijo del pueblo que ganó la mitra á fuerza de talento, de virtudes y de piedad, Mauricio de Sully, concibió el pensamiento de construir la iglesia que ahora admiro.

Dice Curopalates que estas tres dignidades no tienen particular ocupacion á que acudir, y que al César le llaman señor; palabra tenida por soberbia, y debida solo á Dios en los tiempos antiguos aún de los mismos Emperadores, pues leemos de Augusto, de Tiberio, y de algunos otros que jamás consintieron que les llamasen señores.

Pero, como usasen mal de esta licencia, en tiempos de Tiberio César salieron espulsados de la ciudad, i de ellos levantaron los cónsules cuatro mil soldados para enviar á Cerdeña. I los que por su religion ó por otras causas se negaron á entrar en la milicia, contradiciendo las órdenes rigorosas del emperador, fueron castigados con la muerte.

Entonces me decía: Señorita de Lavalle, repasará usted sus emperadores romanos, y trate de no confundir a Tiberio con Vespasiano. Dejemos a esos individuos, señor cura respondíale yo; me aburren. ¿No sabéis que si hubieseis vivido en sus tiempos os habrían asado vivo, o arrancado la lengua y las uñas, o picado en pedacitos menuditos, menuditos, como picadillo de pastel?

En una palabra: no era proporción para conservada, ni había que esperar de él cosa buena. «Lo mejor se decía Carola es despedirle pronto, cuanto antes, de modo que no volvamos a vernos, lo cual que hay que armarle un tiberio mu gordo. Los muebles..., vaya una guasa..., me la tié que pagar. Demasiado sabía que no habían de ser para él. ¡Marranote! ¿Cómo haría yo para que me dejase en paz?