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Habló muy quedo y con lentitud cautelosa, como quien teme denunciar su verdadera cavilación. Dijo que el Canónigo acababa de referirle los pormenores del lance con los moriscos. Paréceme exclamó gravemente que te pudiste ahorrar tanto riesgo, tratándose de enemigos villanos, para los cuales con algunos corchetes bastaba.

Pero los borrachos, que no por estarlo perdían la cautelosa prudencia, el saludable temor que inspira el cacique al labriego, se hacían los desentendidos, limitándose a berrear, a herir cazos y sartenes con más furia. Y en el centro del corro, al compás de los almireces y cacerolas, brincaban como locos los más tomados de la bebida, los verdaderos pellejos.

Por lo tanto, Rogerio Chillingworth, el hombre hábil, el médico benévolo y amistoso, trató de sondear primero el corazón de su paciente, rastreando sus ideas y principios, escudriñando sus recuerdos y tentándolo todo con cautelosa mano, como quien busca un tesoro en sombría caverna.

Luego, después de haber quitado a su amo las calzas, balbuceó con cautelosa humildad: Vuesa merced recordará que los ginoveses, según me ha dicho, ofrecieron veinte ducados por los retratos de sus mayores. Ramiro estaba ya metido en el lecho, y, hurtando su rostro a la luz para dormirse, repuso como entre dientes: Dáselos, dáselos, Pablillos; pero que entiendan...

El prudente rey Don Felipe II reconoce entonces la capacidad y el valer del servidor de su hermana y se aprovecha de tan altas condiciones, empleando a aquel hidalgo portugués en los asuntos más arduos. Hábil y dichoso D. Cristóbal de Moura, los desempeña a gusto y satisfacción del soberano, y es delicado, fino e inteligente instrumento de sus artes políticas y de su prudencia cautelosa.

Porque desde muy antiguo tiene tomadas en los países latinos todas las avenidas por donde ha de pasar necesariamente la vida humana. Es verdad. Ninguna religión ha sido tan cautelosa como ésta; ninguna se ha emboscado mejor para salir al encuentro del hombre; ninguna ha escogido con tanto acierto, en los momentos de dominación, las posiciones para hacerse fuerte cuando llegase la decadencia.

Pero Fortunato hizo valer oportunamente sus derechos y el hijo del abogado tuvo que contentarse con un vals ... Mauricio sentía una instintiva hostilidad hacia aquel mozo tan insignificante, ya porque le hiciese responsable de la cautelosa oposición de su padre, ó ya porque le desagradasen sus maneras familiares con Herminia, y no pudiendo contenerse, hizo observar á la señorita Guichard la actitud un poco descomedida del heredero Bobart.

Nunca como aquella tarde, después del larguísimo encierro, sintió de modo tan fuerte la tentación de la mujer. ¿Sería, en verdad, un soplo maldito ese incentivo que llegaba en las ondas del aire, ese almizcle indefinido de la hembra, que hacía temblar a los santos y contra el cual los conventos levantaban sus poderosas murallas sin aberturas? ¿No fue, acaso, el Divino Alfarero quien torneara con visible complacencia las formas de aquella ánfora maravillosa? ¿Cómo podía ser tan grande pecado gustar sus delicias? ¡Ah! ¿por qué tanto miedo y tanta pena? ¿Por qué no gozar de una bella criatura como del fruto de un árbol? ¿Por qué aquellas que le expresaban con cautelosa mirada su deseo no venían a ofrecérsele ingenuamente, una a una, como en los sueños? ¿Por qué tanto pavor entremezclado al más delicioso consuelo del mundo?

Saliendo al fin de su perplejidad, dijo con voz cautelosa: «Y en un caso extremo, quiero decir, si te ves en el disparadero de faltar, guardas el decoro, y habrás hecho el menor mal posible... El decoro, la corrección, la decencia, este es el secreto, compañera». Detúvose asustado, a la manera del ladrón que siente ruido, y se volvió a poner la mano sobre la cabeza, como invocando sus canas.

Harto sabía que el desahogo y libertad revelan quizá más ausencia de malicia que la cautelosa reserva; mas con todo eso, le maravillaba la extremada sencillez de aquella criatura. Era preciso, para entenderla, observar que la salud poderosa del cuerpo le había conservado la pureza del espíritu.