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¡Señora! balbuceó el marqués con emoción y dificultad ; sería en una necedad insigne pensar siquiera... por más que halagase mi amor propio... Sin duda he comprendido a usted mal...

A veces el sopor le vencía, y su boca entreabierta dejaba escapar un balbuceo de pesadilla, como si la calor del sueño hiciera bullir en su cerebro las representaciones de su pasada existencia. Vestía siempre de negro o de pardo, sin otra gala que la venera de oro y la roja espadilla de Santiago, bordada en todos los sayos y ferreruelos.

Lucía, desde el hueco de la ventana, observaba sus movimientos. Cuando vio que eran corridos hasta diez minutos sin que Artegui diese indicios de menearse ni de hablar, fuese aproximando quedito, y con voz tímida y pedigüeña, balbuceó: Señor de Artegui.... Alzó él el rostro. El velo de niebla cubría otra vez sus facciones. ¿Qué quiere usted? dijo broncamente. ¿Qué tiene usted?

Balbuceó, como si al darse cuenta de su turbación sintiese cierta vergüenza. Daba excusas por su aspecto sencillo, cuando todas las mujeres del buque habían sacado aquella noche sus mejores trajes. Ella no había de bailar, y tampoco gustaba de permanecer sola en el salón mientras su marido jugaba en el fumadero.

Cuando la escultura tenía un Fidias y había llegado a la cumbre, la pintura no pasaba de ese carácter casi rudimentario que aún puede apreciarse en Pompeya y la música era un balbuceo infantil. La escritura no podía perpetuar la música; eran tantos los «modos», musicales como los pueblos, y casi toda ella quedaba al arbitrio del ejecutante.

¡Ah! ¡Por fin te encuentro! balbuceó Clementina, estrechando á Herminia hasta ahogarla. ¡Ah! querida niña, con la que he sido tan dura y que me absuelve sin una vacilación!... ¡Oh! pequeña mía!... ¿Cómo obtener jamás que olvides todo ese daño?... Pero ¡estaba loca! ¿sabesNo sabía lo que hacía!...

No os comprendo balbuceó el intendente. Puede ser que, en efecto, no me comprendáis. Hablaré más claro, pero dadme antes vuestra palabra de que vais a dominar vuestra indignación, y a no salir de esta pieza hasta que yo os lo permita. Si no os conservais dueño de vos, os perderéis irremisiblemente. Os prometo, Marta, conservar mi sangre fría. ¿Y hablar en voz baja? Muy baja.

Pero Juan había recobrado el sentido de la realidad; balbuceó, levantando los ojos hacia ella: ¿Es usted?... ¿Es usted?... ¡Ya!... ¿Ha concluido el espectáculo? Disculpe mi confusión, pero estoy absorto en abominables cálculos. María Teresa, simulando que no veía la turbación de Juan, dijo: No he tenido valor para oír el tercer acto; la inquietud me torturaba. ¿Por qué, si yo estaba aquí?

Pero ya miss Harvey se había aproximado á Jenny Hawkins y cogiéndole la mano preguntaba: ¿Qué tiene usted, señora, está usted enferma? ¡Nada! balbuceó la cantante... ¡Nada!

No sabía ya qué decir, y balbuceó confusamente: De veras... es algo extraño... cuando se está herido en el corazón... las ideas se confunden. ¡El asunto me parecía tan fácil y sencillo!... En fin, a los cuarenta o a los veinte, el amor es siempre el amor... He venido para hablaros de una cosa que sin duda tiene que seros agradable y no por dónde comenzar.