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Lo que Lavalle hizo fué dar con la espada un corte al nudo gordiano en que había venido a enredarse toda la sociabilidad argentina; dando una sangría, quiso evitar el cáncer lento, la estagnación; poniendo fuego a la mecha, hizo que reventase la mina por la mano de unitarios y federales, preparada de mucho tiempo atrás.

En tanto el Corsario la costa admirando Saluda aquel rio de gracia inmortal, Y en alto levanta, su sien desnudando, Tres fajas de blanco y azul celestial. Y dice las islas y el bosque mirando: «Lavalle y sus bravos aquí me hallarán, «Y el rio en mi barco, veloces pasando, «Mi vida y mi barco por suyo tendrán

Lavalle, La Madrid y tantos otros, son argentinos siempre, soldados de caballería, brillantes como Murat, si se quiere; pero el instinto gaucho se abre paso por entre la coraza y las charreteras. Paz es militar a la europea: no cree en el valor solo si no se subordina a la táctica, la estrategia y la disciplina; apenas sabe andar a caballo; es, además, manco y no podría manejar una lanza.

Señorita de Lavalle, hacedme el favor de someteros a mi autoridad. Escuchad proseguí con zalamería, os quiero con todo mi corazón, aun más; sois la única persona que quiero en el mundo. La faz del cura se dilató radiante. Pero detesto, execro a mi tía; mis ideas no cambiarán a ese respecto. Tengo mucho más talento que ella...

Entonces me decía: Señorita de Lavalle, repasará usted sus emperadores romanos, y trate de no confundir a Tiberio con Vespasiano. Dejemos a esos individuos, señor cura respondíale yo; me aburren. ¿No sabéis que si hubieseis vivido en sus tiempos os habrían asado vivo, o arrancado la lengua y las uñas, o picado en pedacitos menuditos, menuditos, como picadillo de pastel?

Si Lavalle, en lugar de Dorrego, hubiese fusilado a Rosas, habría quizá ahorrado al mundo un espantoso escándalo, a la humanidad un oprobio, y a la República mucha sangre y muchas lágrimas; pero aun fusilando a Rosas, la campaña no habría carecido de representantes, y no se habría hecho más que cambiar un cuadro histórico por otro.

Unos y otros miraban al Perú como tierra conquistada, propia; unos y otros hacían resonar sus espuelas en el pavimento de la ciudad de los reyes con la altivez de triunfadores, y tal vez con la conciencia de la superioridad sobre los que acababan de libertar. ¡Y qué hombres! Sucre, Córdoba... de un lado; Lavalle, Necochea... del otro. ¡Nubes en presencia, cargadas de electricidad!

¡Ah! pues mira, también que el escribiente del tribunal de V... gusta de ti; no tiene abuelos, ¿quieres que le diga que en vista de ello, la señorita de Lavalle está dispuesta a casarse con él? No os burléis de mi, tío; bien sabéis que soy aristócrata hasta la punta de los dedos respondí, aprovechándome de la ocasión para admirar mis afiladas manos. Es lo que creo, si no engaña tu aspecto.

Cuando la derrota de Torata, o Moquegua, no recuerdo bien, Lavalle, protegiendo la retirada del ejército, da cuarenta cargas en día y medio, hasta que no le quedan 20 soldados para dar otras. No recuerdo si la caballería de Murat hizo jamás un prodigio igual. Pero ved las consecuencias funestas que trae este hecho para la República.

D. Manuel José de Lavalle, Director General de la Real Renta de tabacos; el Sr. D. Miguel de Irigoyen, Caballero del Orden de Alcántara, y Teniente Coronel de caballeria; el Sr. D. Vicente Caudevilla, Contador interino de la Real Renta de tabacos; el Sr. D. Diego Herrera, Teniente Coronel urbano; el Sr. Dr. D. Gregorio Tagle, Abogado de esta Real Audiencia; el Sr.