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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Facundo se establece en Buenos Aires, y bien pronto se ve rodeado de los hombres más notables; compra seiscientos mil pesos de fondos públicos; juega a la alta y baja; habla con desprecio de Rosas; declárase unitario entre los unitarios, y la palabra constitución no abandona sus labios.
Nada hay ridículo cuando todos, sin excepción, participan de la extravagancia, y sobre todo cuando el azote o las lavativas de ají están ahí para poneros serios como estatuas si os viene la tentación de reiros. Los serenos cantan a cada cuarto de hora: ¡Viva el ilustre Restaurador! ¡Viva doña Encarnación Ezcurra! ¡Mueran los impíos unitarios!
Miento, que no concluye aún la fiesta: que a don Juan Manuel Rosas se le ha antojado llamar a sus enemigos presentes y futuros salvajes, inmundos unitarios, y uno nacerá salvaje estereotipado allí dentro de veinte años, como son federales hoy todos los que llevan la carátula que él les ha puesto. ¡Cómo se reirá en sus adentros ese miserable de la imbecilidad de los pueblos!
¿Ha perseguido Rosas a los políticos, a los escritores y a los literatos? Pues ved lo que ha sucedido. Las doctrinas políticas de que los unitarios se habían alimentado hasta 1829, eran incompletas e insuficientes para establecer el Gobierno y la libertad; bastó que agitase la Pampa para echar por tierra su edificio basado sobre arena.
La fama había precedido en Río a Pedro Lobo, refiriendo sus extraordinarias hazañas contra los indios del extremo Sur de la Pampa, más allá de Carmen de Patagones, y contra los unitarios refugiados en Montevideo, dando cuenta, con mil novelescos pormenores, de sus correrías por las más apartadas regiones de la misma Pampa, de los Andes, y de la Patagonia, y ensalzando sus raras prendas de carácter, su brío indómito y su agilidad y destreza en todos los ejercicios del cuerpo.
Indiferente para los pueblos del interior, débil con su elemento federal de la ciudad y en lucha ya con el poder de la campaña que había llamado en su auxilio, Dorrego, que ha llegado al Gobierno por la oposición parlamentaria y la polémica, trata de atraerse a los unitarios, a quienes ha vencido. Pero los partidos no tienen ni caridad ni previsión.
Los unitarios más eminentes, como los americanos, como Rosas y sus satélites, estaban demasiado preocupados de esa idea de la nacionalidad, que es patrimonio del hombre desde la tribu salvaje y que le hace mirar con horror al extranjero. En los pueblos castellanos este sentimiento ha ido hasta convertirse en una pasión brutal capaz de los mayores y más culpables excesos, capaz del suicidio.
Las palabras simbólicas, no obstante la obscuridad emblemática del título, eran sólo el credo político que reconoce y confiesa el mundo cristiano, con la sola agregación de la prescindencia de los asociados de las ideas e intereses que antes habían dividido a unitarios y federales, con quienes podían ahora armonizar, puesto que la común desgracia los había unido en el destierro.
Después de inaugurado el terror en Mendoza de un modo tan solemne, Facundo se retira al Retamo, adonde los Aldaos llevan la contribución de 100.000 pesos que han arrancado a los unitarios aterrados. Allí está la mesa de juego que acompaña siempre a Quiroga; allí acuden los aficionados del partido; allí, en fin, es el trasnochar a la claridad opaca de las antorchas.
En diez años se habrá visto escrito en la República Argentina treinta millones de veces: ¡Viva la Confederación! ¡Viva el ilustre Restaurador! ¡Mueran los salvajes unitarios!, y nunca el cristianismo ni el mahometismo multiplicaron tanto sus símbolos respectivos, la cruz y la creciente, para estereotipar la creencia moral en exterioridades materiales y tangibles.
Palabra del Dia
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