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La Regenta vio enfrente de a don Álvaro, del brazo de Quintanar, su inseparable amigo. El frac, la corbata, la pechera, el chaleco, el pantalón, el clac de Mesía, no se parecían a las prendas análogas de los demás. Ana vio esto sin querer, sin pensar apenas en ello, pero fue lo primero que vio.

El negocio no era tan fácil y expedito como a primera vista parecía: el Sr. de Rivera había sido siempre extremadamente escrupuloso en el lavado, planchado y demás artes decorativas; gustaba asimismo de que todas las prendas que usaba le viniesen como anillo al dedo; cualquier discrepancia en esta materia conseguía alterarle la bilis.

En uno de los pasos campea en primer término un escribano con sus correspondientes anteojos y su indispensable legajo, recordando en las prendas de su traje todas las épocas conocidas, haciendo sus gregüescos acuchillados dar una galopada de más de dos siglos, hasta llegar á su abotonado chaleco.

Juan no había tenido ocasión de ver aquellas prendas, que pesaban en su bolsillo, y que representaban para él todo un mundo de esperanzas; pero cuando se encontró sólo, arrastró la silla en que estaba sentado, se volvió de espaldas á la puerta para cubrir con su cuerpo las alhajas de la vista de alguno que pudiese entrar de repente, y sacó aquellas joyas.

»Pero donde hay que verle es en su balandro primoroso, regalo de un inglés espléndido que vivió en Villavieja dos años, y llegó a entusiasmarse con las raras prendas de este chico. ¡Allí que es otro hombre, Virtudes! Allí no conoce a nadie, ni se intimida por nada.

Y allí, ¿qué decían de él? preguntó la devota, abriendo á San Juan Crisóstomo. ¿Qué decían? contestó la huérfana, mirando la labor lo más de cerca que le era posible. Decían que era un joven muy leal, muy generoso, muy bueno y de mucho talento. , ya se conoce que es un joven de buenas prendas dijo la de Porreño, abriendo á San Juan Crisóstomo. ¿Y tiene padres?

En cuanto al retrato de las prendas físicas de don Juan... mejor es no hacerlo; a los lectores poco ha de importarles la omisión, y en cuanto a las lectoras, preferible es que cada una se le figure y finja con arreglo al tipo que más le agrade.

De aquí que moralmente el poeta es muy inferior al héroe y al santo, aunque por otras prendas de su espíritu valga más que ellos. Como quiera que sea, el primer precepto de toda arte poética debiera ser esta discreta frase de Maese Pedro: Muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala.

Cansados de platicar, los pollastres propusieron jugar un ratito a las prendas. Es un juego donde los hombres de criterio siempre pescan algo. Fernanda consintió en que Granate se sentase a su lado. Los guiños de Paco, que había sorprendido, le habían hecho mal efecto. Era una criatura muy orgullosa, pero en la cual se hallaba arraigado el sentimiento de justicia.

Si el discurso racional no llega al ápice de la mente, Dios le adorna y reviste de prendas sobrenaturales; en vez de destruirle, le da la fe, para que viva y entienda.