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Hecho por la mañana el zafarrancho, preparado ya todo lo concerniente al servicio de piezas y lo relativo a maniobras, que dijeron: «La arena, extender la arena». Marcial me tiró de la oreja, y llevándome a una escotilla, me hizo colocar en línea con algunos marinerillos de leva, grumetes y gente de poco más o menos.

Allí en campo cercado de arena miro brillar numerosa comitiva. ¿Serán éstos pacíficos viajeros, o salteadores que acechan los pasos del peregrino? Corro a ellos y no se mueven, les grito y nada me responden. ¡Oh Dios! éstos son cadáveres, es la antigua caravana exhumada por el viento del hondo de las arenas.

Sorprendido Jacobo, rechazó el brusco ataque, separando al niño con un poderoso esfuerzo de sus nervudos brazos, y arrojólo lejos de , cual si fuese un saco de arena, a cuatro pasos de distancia; su cabeza fue a chocar contra un enorme jarrón japonés, de bronce antiguo, que despidió un sonido metálico.

Tambien al par de Filis mi Filena Resonó por las selvas, que escucharon Mas de una y otra alegre cantilena. Y en dulces varias rimas se llevaron Mis esperanzas los ligeros vientos, Que en ellos y en la arena se sembraron. Tuve, tengo y tendré los pensamientos, Merced al cielo que á tal bien me inclina, De toda adulacion libres y esentos.

Se vistió alegremente, con una excitación nerviosa que parecía aumentar el vigor de sus brazos y sus piernas. ¡Qué gozo poder correr por la arena amarilla, asombrando con sus gallardías y atrevimientos a una docena de miles de espectadores!... Su arte solo era verdad: lo que proporciona entusiasmos de muchedumbres y dinero a granel.

Sobre los bancos de arena y de fango, una vegetación confusa de cañas y de hierbas marinas, se teñía de mil matices igualmente sombríos y sin embargo distintos, que contrastaban con la brillante superficie de las aguas.

Raíces consistía en un lugar de veinte a treinta casas, diseminadas en las frondosidades de una península abandonada por el agua, en las marismas; cerca estaban las dunas, cuyos amarillos lomos de arena tenían figura semejante a los vericuetos que rodeaban a Raíces; pero estos, desde siglos y siglos, ostentaban el terciopelo de verde oscuro de sus musgos y su césped, y las flores de los prados, iguales a las que se encontraban tierra adentro, lejos de las brisas del mar.

Y la esposa de Reynoso señalaba enérgicamente el suelo con su índice. Las mejillas de Tristán se tiñeron de carmín. Bueno: ¿se pone usted colorado? Mejor, así se demuestra que le queda todavía un poco de vergüenza... Saque usted el pañuelo y póngalo debajo que se va a manchar los pantalones en la arena. Tristán se arrodilló delante de su novia sonriente y ruborizado.

Era un círculo eterno, un movimiento sin variacion, como la caida del torrente, como el caliente remolino de fuego ó de arena que se fija en un punto, en medio de un bosque incendiado ó en la mitad de una playa azotada por el huracan.

Es un poco exagerado; pero el hecho es que se necesita una apremiante necesidad o una imprudencia infantil para aventurarse bajo aquel sol canicular que, reverberando en la arena blanca y ardiente, quema los ojos, tuesta el cutis y derrama plomo en el cerebro. Se espera la brisa con ansia, a pesar de los inconvenientes del polvo impalpable que se levanta en nubes.