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En la mañana del octavo día, vimos, lejos aun, cinco o seis pequeñas velas al norte y al oeste. Eran los prácticos, en sus pequeños y veloces yates, con los que se aventuran a veces hasta dos y trescientas millas de Nueva York, corriendo un verdadero steeple-chase en busca de navíos que conducir al puerto. Hay dos compañías rivales, felizmente, lo que explica esa solicitud.

Los peces planos nadaban veloces sobre estos monstruos del fango, que también eran planos, pero en sentido horizontal, descansando sobre el vientre, mientras que la platitud de los lenguados y otros de su misma especie era vertical. Las dos caras del cuerpo de los lenguados, comprimido lateralmente, tenían diversa coloración.

Mirando los salones interminables que parecían iglesias, pensábase involuntariamente en la noche, cuando las sombras ahogaban la macilenta luz de la candileja del avaro y los pasos del viejo y su criada sonaban como en el ulterior de una cripta, en un medroso silencio interrumpido por los crujidos de la madera vieja y las veloces carreras de las ratas.

La cabeza contra el respaldo, los codos en los brazos del sillón y los dedos entrelazados, cerró luego los ojos para que los instantes le parecieran más veloces, mientras llegaba la respuesta de Beatriz, que debía traerle Casilda.

Las olas de fuera, agitadas por el Levante, saltaban por encima del estrecho istmo para abrazarse con las olas de la bahía. Los bancos de arena eran arrastrados y deshechos, desfigurando la angosta playa; el horroroso viento se llevaba todo en sus alas veloces, y su ruido nos permitía formar idea de las mil trompetas del Juicio, tocadas por los ángeles de la justicia.

Los primeros obreros que iban hacia su trabajo con las manos en los bolsillos, las verduleras que regresaban de los mercados empujando sus carretones, volvían la cabeza con interés, siguiendo este desfile de carruajes veloces, casi todos ellos con hombres en los pescantes al lado del conductor.

Las horas corrían veloces; pero nosotros no oíamos o no queríamos oír los golpes del reloj sonando lentamente en el silencio y soledad de la noche. Sin embargo, la seca campanada de la una nos estremecía y nos llenaba de inquietud. Aún permanecíamos hablando algún tiempo. Sonaba la una y media... Vete, vete. Cinco minutos nada más. Pasaban cinco minutos, y otros cinco después, y yo no me movía.

Los brazos de la bienhechora trazan imperiosos manoteos; su voz intenta detener á los vehículos que se deslizan veloces. Carcajadas ó palabras de menosprecio contestan á sus llamamientos, y ella, indignada contra los chófers insolentes, da suelta al léxico de su cólera, intercalando con frecuencia la frase más célebre de Waterloo.

Llegaron á grandes pasos, ó con precipitada marcha en el mismo dia cerca del Rio Curutuy, ó del Lavatorio, y se hizo en medio dia el camino, que á la ida necesitó cuatro, porque siempre la vuelta tiene los pies mas veloces.

Veíase la orilla cubierta de edificios todos iguales, enormes construcciones que ocupaban en fila muchos kilómetros. Arrastrábase el ferrocarril a lo largo de este cordón de depósitos, barrera interminable a la simple vista entre el río y la ciudad. Los tranvías y automóviles brillaban veloces por unos instantes en los intermedios entre unos edificios y otros.