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Deme Venezuela en qué servirla: ella tiene en un hijo». De Venezuela pasó, de nuevo, llena el alma de tristezas y emociones viriles, a la Babel moderna de los rubios mocetones y las nevadas inclementes: a New York, a esa ciudad de las ansias, de las regatas, de los afanes, de las prisas, a ese horno colosal donde se sazona el egoísmo y se pierden entre espirales de humo y ruidos de maquinarias, los besos y las lágrimas....

Como él no hay otro en la Guardia Blanca. ¡Que cante, que cante! ¡Alto ahí! dijo entonces el capitán Golvín. Para entonar unas trovas como Dios manda nadie mejor que el mocetón éste. Y al decirlo puso la mano en el hombro de Tristán. Muy cierto es, que á bordo del galeón parecía rugir la tempestad cuando él cantaba "Las campanas de Milton." Ó "La Molinera de York." ¡Anda, Tristán!

Elihu Root me dijo durante su visita a esta capital, que los Estados Unidos nunca anexionarían a Cuba y tengo la más absoluta confianza en la sinceridad de este gran estadista americano. Los últimos años de la vida de Martí en Nueva York me son poco conocidos.

Por este motivo, el más enorme de los pueblos americanos es y será siempre el primer productor cinematográfico de la tierra. Francia, que inventó la cinematografía, figura actualmente como una simple importadora de films facturados desde Nueva York. El cinematógrafo ocupa en los Estados Unidos el quinto lugar entre los productos nacionales.

El Uruguay es fácilmente accesible, encontrándose su capital y puerto principal, Montevideo, situado a orillas del río de la Plata, no lejos de su desembocadura en el Atlántico, donde las mayores embarcaciones entran. Entre Nueva York y Buenos Aires la línea de vapores de Lámport y Holt hace viajes regulares, tocando a su paso en Montevideo.

Se escribía Patria, el periódico que fundó, junto con el «Partido Revolucionario», contestaba una numerosa correspondencia, fundaba clubs, escribía artículos de propaganda, en inglés, para periódicos de Filadelfia y New York, y pronunciaba discursos. Relámpagos parecía tener aquel hombre por músculos, tal era la prisa en que vivía.

Habiendo ido la americana a despedirse de la vizcondesa en la víspera de su partida para New York, vía Havre, resolvió aquélla aprovechar la oportunidad y poner los cimientos del proyecto que hacía algunas fechas venía acariciando: claramente advirtió que miss Nicholson deseaba hacerle alguna confesión, circunstancia que llenó de gozo a la de Aymaret, quien, por su parte, estaba decidida a pedírsela a aquélla.

Clara yacía inmóvil; a pesar de todas sus desdichas, era una bellísima desposada, pero al otro lado de la puerta cerrada con cerrojo, el coronel roncaba con violencia en su lecho improvisado. El pequeño pueblo de Génova, en el Estado de Nueva York, ponía de manifiesto la semana anterior a la Navidad del año 1870, aún más que de costumbre, la amarga ironía del nombre que le dieron sus fundadores.

La buena sopa de papas y el duro trozo de carne salada desaparecieron en el acto. ¡Quién nos hubiera dado, más tarde, esa fourchette en Nueva York o en París, para hacer honor a Delmónico o Bignon, o a los renombrados chefs de Mde. B... o de Mde. S...! Y de nuevo en camino.

Espera que por filibustero y laborante le secuestren los bienes, porque entonces, según dice, se irá a Nueva York, se hará ciudadano de la gran República, y, nuevo Coriolano español, obligará a su ingrata patria a darle una indemnización di primo cartello.