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He cumplido mi deber diciéndoos francamente lo que de ella opino, en las condiciones en que váis á emprenderla, dijo Golvín, lisonjeado por las palabras del barón. Pero ¡por Santa Bárbara! marino viejo soy y no lo que es el miedo. Que nos hundamos ó no, contad conmigo. Á Coves os he de llevar, y si á los amos del barco no les gusta el viaje, que busquen otro capitán después del zafarrancho.

Por la tarde se notaron señales de próxima tempestad que alarmaron profundamente al capitán Golvín, pues no sólo había perdido la tercera parte de sus marineros sino que la mitad de los restantes estaban á bordo de las dos galeras apresadas; y unido esto á las averías sufridas por su propio barco, lo ponían en muy malas condiciones para arrostrar las tempestades de aquella peligrosa costa.

Bien pudieran abrirnos el palenque á los arqueros y ¡por la cruz de Gestas! que sería cosa de ver cómo descoyuntábamos á cinco arqueros gascones. Ó cómo otros tantos hombres de armas baldábamos á igual número de soldados de esta tierra, dijo Reno. ¿Quiénes son los mantenedores ingleses? preguntó Golvín.

Sin embargo, Gualtero, debo á vuestro padre Carter de Pleyel el ordenaros que procuréis refrenar la lengua. Ataque por babor y estribor á la vez, exclamó el capitán Golvín, viendo separarse los dos barcos enemigos. El normando tiene á proa un pedrero y se preparan á disparar.

Golvín miró en dirección de las dos galeras apresadas; veíaselas á gran distancia, ya saltando sobre las olas ya cayendo pesadamente entre ellas. Si estuviesen más cerca, dijo el marino, todavía podríamos salvarnos. Por lo pronto, señor barón, convendría que os quitáseis la armadura, porque de un momento á otro podemos vernos en el agua. No acepto el consejo, respondió el caballero.

Como él no hay otro en la Guardia Blanca. ¡Que cante, que cante! ¡Alto ahí! dijo entonces el capitán Golvín. Para entonar unas trovas como Dios manda nadie mejor que el mocetón éste. Y al decirlo puso la mano en el hombro de Tristán. Muy cierto es, que á bordo del galeón parecía rugir la tempestad cuando él cantaba "Las campanas de Milton." Ó "La Molinera de York." ¡Anda, Tristán!

No toméis á desaire mi distracción, maese Golvín, dijo el caballero, andando con dificultad á consecuencia de los balances del barco. Estaba muy preocupado con una difícil cuestión heráldica, sobre la cual quisiera oir vuestra opinión, Roger.

Os ruego ordenéis á los soldados que se tiendan sobre cubierta y permanezcan inmóviles, dijo el capitán. Dentro de pocos minutos estaremos salvados ó habrá llegado nuestra última hora. Arqueros y hombres de armas obedecieron prontamente. Golvín se aferró al timón y miró fijamente á proa, por debajo de la hinchada vela mayor. Los dos jefes, inmóviles á popa, contemplaban también la temida barra.

Allá quedan mis pajes corriendo tras él, como lebreles en seguimiento de una cierva. ¡Rayos del cielo, qué galera ni qué tarasca!... Pero ¿me habéis llamado, amigo Morel? Para oir vuestra opinión, desgraciado y hambriento caballero. Aquí tenéis á maese Golvín temeroso de que si vira de bordo el Galeón empezará á hacer agua. Pues que no vire, la cosa es clara.

Me llamo Golvín y soy capitán del Galeón Amarillo, destinado á conduciros. Marino desde la infancia, he peleado á bordo de barcos ingleses contra normandos y genoveses, bretones, españoles y sarracenos, y os aseguro que la nave de mi mando es muy débil para atacar corsarios.